En política se puede hacer de todo menos el ridículo
La semana pasada, hablamos del extraño viaje de Puigdemont a Barcelona y de su posible paso por la cárcel, y todo concluía en que España era una verbena. Pasó el día “D” y la hora “H” y la incredulidad se hizo realidad. La verbena se convirtió en una espectacular chirigota. La broma la pagamos los españoles mientras en Moncloa se hacían los suecos, mejor los suizos, y se callaban todos para no tener que reírse. Carles Puigdemont decidió seguir ejerciendo de ilustre fugado e instalarse de nuevo en su “cárcel” dorada de Waterloo tomando mejillones a la belga, tras visitar por unas horas la Ciudad Condal sin que ningún Mosso ni Mossa se lo impidiese.
En un primer momento, todo indicaba que iba a montar el pollo nacional y mundial entregándose a la Justicia, pero eso era demasiado fácil para un ser acostumbrado al cha-cha-cha de las fugas. Además de ser un gesto muy poco rentable desde el punto de vista del marketing político. De ahí que prefiriera algo imprevisible y decepcionante para la Justicia y sociedad española; no así para el Gobierno que se ha alegrado de no tener que tragarse el sapo de la detención de Puigdemont. Está claro que Sánchez y su........© 20 minutos
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