¿Merece Albert Rivera otra oportunidad?
En sus extensas memorias, el excanciller alemán Willy Brandt relata cómo en 1973 tuvo que hacer frente a grandes dificultades -“fue puesta en duda mi capacidad de dirigente”- después de que en 1971 se le concediera el Premio Nobel de la Paz, en 1972 fuera nombrado ciudadano de honor de Lübeck, su ciudad natal, y a finales de ese mismo año su partido, el SPD, ganara las elecciones en la República Federal.
La política es cruel. Poco importa si aciertas o te equivocas. A lo largo de la Historia hay ejemplos sobrados de políticos de primerísimo nivel, verdaderos servidores públicos que con su trabajo mejoraron la calidad de vida de sus conciudadanos y se marcharon a casa por la puerta de atrás, sepultados por un error aparentemente insignificante, y que sólo después de muertos -y no en todos los casos- obtuvieron el reconocimiento público que merecían.
El mérito de Albert Rivera es indudable. Construyó a partir de la nada una plataforma política de extraordinario atractivo, y lo hizo desde una Cataluña cada vez más periférica y crecientemente inhóspita. Sus primeros años fueron duros. Con tres diputados obtenidos en las autonómicas de 2006, Rivera viajaba periódicamente a Madrid, dedicando su tiempo a perseguir a periodistas que no daban un euro por él y a llamar a puertas que no siempre se abrían.
El rey de la imagen ha perdido la batalla de la imagen; el principal error de Rivera no es lo que ha hecho, sino dejar de hacer lo que se esperaba que hiciera
En aquella primera apuesta electoral, Ciudadanos consiguió el respaldo de 89.840 catalanes. Diez años después, con Inés Arrimadas como........
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