Las ‘ollas’ de microtráfico en Colombia, por Henry M. Rodríguez
En Colombia, la transformación de las llamadas ollas de microtráfico —es decir, lugares donde se venden y consumen drogas ilícitas de forma constante— refleja un fenómeno estructural que está excediendo el marco de la delincuencia común. Lejos de limitarse a espacios de expendio improvisado, estos nodos criminales han evolucionado hacia formas de criminalidad convergente, altamente funcionales y adaptativas.
En ciudades como Bogotá, donde se han identificado más de 350 puntos activos controlados por al menos 79 estructuras delictivas especializadas, las ollas operan como plataformas logísticas que articulan la distribución de narcóticos con dinámicas de control territorial, blanqueo de activos, instrumentalización de menores y cooptación de servicios públicos, ampliando así su capacidad operativa y su resistencia a la intervención estatal.
No solo se trata de una expresión local de un problema de seguridad urbana. Las ollas constituyen un subsistema criminal con interdependencias múltiples que atraviesan lo territorial, lo social y lo geopolítico. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) advierte que existe evidencia de que los entornos urbanos dominados por el microtráfico funcionan como espacios de captación y explotación de personas en situación de vulnerabilidad, especialmente migrantes irregulares, consumidores de bazuco, habitantes de calle y trabajadores sexuales.
Por lo tanto, desde una perspectiva de inteligencia estratégica, deben ser comprendidas como eslabones bajos dentro de una arquitectura criminal que conecta mercados ilegales diversos, incluyendo el tráfico de armas, la explotación sexual y la trata de personas con fines de extracción de órganos.
El carácter persistente de las ollas radica en su capacidad de anclarse en contextos de marginalidad, desigualdad y déficit institucional. Las ollas tienden a ubicarse deliberadamente en entornos de alta vulnerabilidad institucional y social, con énfasis en zonas escolares, corredores turísticos o espacios de confluencia urbana. Esta elección no es casual: responde a una lógica de expansión del mercado de consumo y de reclutamiento temprano, que convierte a estudiantes, jóvenes y visitantes en blancos potenciales de captación.
A su vez, la cercanía a colegios favorece el inicio precoz en el consumo de sustancias psicoactivas, mientras que la presencia en zonas turísticas facilita el........





















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