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Manteniendo imperio. Las guerras sucias de cada día

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27.07.2024

El sábado 13 de julio un hombre joven atenta contra la vida de Donald Trump en Butler, Pennsylvania. El asesino, asesinado, se suma a un muerto y dos heridos del público. Trump sangra de su oreja derecha, levanta el puño enojado y obviamente en shock. Es el mismo Trump que siendo presidente manda a asesinar al general iraní Qasem Soleimani el 2020 en Bagdad. Hoy Trump atacado parece no comprender, como algo así puede pasar en su país.

Cristina Fernández la expresidenta argentina le envía condolencias por la media social, ella entiende. A ella también trataron de matarla en septiembre del 2022 cuando frente a su casa saludaba a una multitud allí en su apoyo. Un hombre joven le apunta con un revolver y gatilla. Alguien graba esto. La grabación muestra el perfil del hombre armado y el arma, tan cerca que se escucha el clic del gatillo del revolver que apunta directamente a la cara de Cristina Fernández, pero se traba, la bala no sale. Cristina sufre un vahído y gente la ayuda a levantarse mientras otros detienen a quien intentó asesinarla. Luego en visita a su médico ella explica que no recuerda nada.

Las posiciones políticas de Cristina Fernández y Donald Trump son diferentes, aunque han recorrido similares caminos por los tribunales defendiéndose de acusaciones falsas. Y aunque han enfrentado similar clima de falta de respeto y odio. Cristina no mando a asesinar a nadie, simplemente ayudo a que se enjuiciara a militares responsables y participes en la operación Cóndor por sus crímenes de lesa humanidad. En Latinoamérica conocemos de cerca ese odio que amedrenta. El intento de asesinar a un presidente o candidato a presidente es siempre serio, apunta a una pendiente mundial que desciende al fascismo.

En febrero de 1974 Buenos Aires tiene el Primer Seminario de Policía sobre lucha antisubversiva en el Cono Sur; pero la operación Cóndor no se institucionaliza hasta la Primera Reunión Interamericana de Inteligencia Nacional en Santiago de Chile con la firma de los países representados allí, en noviembre de 1975. En sus fundamentos la agenda argumenta que la subversión con concepciones políticas y económicas contrarias a la historia, filosofía, religión y costumbres del Cono Sur, cuenta con mandos intercontinentales (la Tricontinental en La Habana o la Junta Coordinadora Revolucionaria para el Sur). Los servicios de inteligencia locales tienen que unirse y coordinar la guerra contra la subversión. (1, p 92-96, 318, 6)

Subvertir es alterar, socavar, echar por tierra un orden establecido. Para los militares los subversivos tienen un plan continental. A partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959 el “orden” se siente vulnerable y las fuerzas que lo sustentan argumentan que enfrentan una “guerra interna,” que necesitan mandos centralizados. Y secretos. Hay aparente inocencia en el lenguaje como si se tratara de crear un sistema de intercambio de información, el plan es otro. El terrorismo de estado se establece y transciende fronteras, libre de restricciones y fiscalización, interroga golpeando, torturando y violando. Se apropia de bienes y de niños capturados con sus familias prisioneras. Ser secreto lo protege, le permite trasladar prisioneros ilegalmente de uno a otro país para ocultarlos, matarlos y desaparecerlos. (1, p 92-96, 318, 6)

El juez español Baltasar Garzón describe Cóndor como “una de las mayores villanías de la historia de Latinoamérica,” desaparición y asesinato transnacional organizado desde el terror. Latinoamérica ha sufrido muchas villanías, Cóndor es una más, no poca cosa. Pero la contrainsurgencia se apoya en la Doctrina de Seguridad Nacional de la guerra fría, usa tácticas brutales contra la población y florece como respuesta del imperio a la insurgencia. (1, prologo XV-XXXII)

Mao describe la táctica insurgente, sumergirse como pez en el agua que es la población. La contrainsurgencia trata de aislar al pez insurgente o rebelde cercándolo tras un anillo de contención; para lograrlo usa extrema violencia, aterroriza la población levantando al máximo el precio de ser insurgente y de ayudarlo o protegerlo. Tras la caída forzada del gobierno de Jacobo Arbenz (1951-54), Guatemala se vuelve laboratorio de la CIA en terrorismo dejando un saldo de 200.000 muertos y desaparecidos, son las primeras desapariciones masivas de Latinoamérica. Sus directos responsables son el embajador Robert Hill y el coronel Máximo Zepeda, ambos en España al tiempo que José López Rega es secretario de Juan Domingo Perón. López Rega consulta con Zepeda cual sería el costo de una operación similar en Argentina, Zepeda lo estima en unos 10.000 muertos. Nixon designa a Hill embajador de EEUU en Argentina. Se crea la Alianza Anticomunista Argentina, directamente vinculada con la CIA, ocurren 20 secuestros, 22 atentados, 60 asesinatos -en total se ejecuta a más de 2000 personas. El jefe de la AAA, Aníbal Gordon, nazi declarado, queda a cargo de Automotores Orletti donde Cóndor tortura y mata. (1, Ch 2 p 50-52)

Para los militares anticomunistas que implementan Cóndor, la guerra fría es una guerra anticomunista. El odio y la ideología fascista los guía. Protegidos y ayudados por Estados Unidos, incluido Henry Kissinger, actúan con impunidad. Ni Kissinger ni los presidentes responsables con Kissinger rendirán cuentas jamás ante la Justicia. La impunidad de Cóndor resulta de la corrupción........

© Rebelión


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