El lenguaje adormecedor que la izquierda no puede dar por bueno
¿Cómo denominamos a las cosas? ¿Qué palabras utilizamos y en qué contexto lo hacemos? Es posible que algunas personas, pienso sobre todo en economistas, crean que es perder el tiempo detenerse en cuestiones relativas al lenguaje. Seguramente, en su opinión, estas sean accesorias y, en todo caso, de poca importancia, y piensen que lo verdaderamente sustancial es ir directamente al meollo de las cuestiones: los diagnósticos y las alternativas.
Pero resulta que, por el contrario, es muy necesario reparar en los términos que habitualmente se utilizan en economía -en las denominadas ciencias sociales, en general- y que con frecuencia se dan por buenos. Porque esos términos tienen casi siempre una intencionalidad, que puede ser difícil o incluso molesto desvelar, pero que es muy necesario hacerlo. En otras palabras, el lenguaje, en apariencia inocuo, delimita un terreno de juego y, de alguna manera, también las reglas del mismo, los diagnósticos y las alternativas. Y eso no es poca cosa.
Abundan los ejemplos, como cuando se habla de “flexibilidad laboral”, o de “moderación de los salarios”, o de “racionalidad” económica o se le pide a la ciudadanía “apretarse el cinturón”. Me detendré ahora en la palabra “austeridad”, que el sentido común reivindica, en oposición al despilfarro, como algo bueno, como una virtud a practicar. Siguiendo este enunciado, los gobiernos deben ser austeros en la gestión de lo común, al igual que hacen las familias cuando manejan su presupuesto. Con ese mismo sentido común, aplicado a la gestión de las cuentas públicas, se defiende que........
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