En el mundo económico hay un áspero debate sobre la ‘inflación del vendedor’ (‘seller’s inflation’), término acuñado por la investigadora Isabella Weber, de la Universidad de Massachusetts. Según Weber, en ciertos mercados de alta concentración, la inflación puede atribuirse a la avaricia de firmas que se aprovechan de su poder para incrementar excesivamente los precios.

De entrada, algo no casa en la teoría. Las firmas, por definición, siempre son codiciosas. ¿Acaso cuando la inflación baja es porque dejaron de serlo? ¿O ahí no aplica el razonamiento?

Pero mi intención no es criticar el planteamiento de Weber ni tampoco enumerar los argumentos a su favor –también los hay–, sino subrayar que se trata solo de una teoría, una idea que exige más estudio, debate y evidencia antes de prestarse para informar las políticas públicas de un país. Por el momento, no se ha demostrado que las utilidades empresariales causen inflación, y la hipótesis es tan polémica que la prestigiosa revista ‘The Economist’ la llamó una “tontería”.

Eso no impidió, sin embargo, que el Ministerio de Hacienda publicara un documento titulado ‘Las utilidades de las firmas han tenido un rol determinante en el aumento de la inflación en Colombia’. Y que el presidente Petro avalara la conclusión de que los empresarios son los causantes del fenómeno.

Es una prueba más de que esta administración, en lugar de tratar de entender los problemas del país para resolverlos eficazmente, prefiere bañarse en el reconfortante bálsamo del sesgo de confirmación, para lo cual cualquier teoría, dato, meme, artículo, tuit o fotografía que complemente su narrativa –así sea cuestionado o incluso falso, como ha pasado varias veces– es bienvenido.

Esa narrativa, en lo económico, es que en Colombia hay un puñado de ricos y malévolos empresarios que explotan al resto de la sociedad. Un claroscuro nítidamente segregado entre buenos y malos, utilísimo para atizar pasiones políticas. Cuando les niñes progres juegan a contarse historias de miedo, en vez del coco o la patasola, asustan con Rico McPato.

Ese relato, además de una caricatura y una falsificación de la estructura económica del país, cuyas empresas son más de 90 % pymes, es una ofensa. Nuestras autoridades deberían tener la decencia de referirse con respeto –admiración sería demasiado pedir– hacia quienes, con sus esfuerzos y sacrificios, tras sobrevivir al meteorito de la pandemia, asumiendo las cargas tributarias más elevadas de la Ocde, financiando a un Estado ineficiente y botaratas, expuestos a la amenaza del atraco y la extorsión, sometidos todos los días al vulgar espectáculo del derroche de los impuestos, hacen más por el país que todos los políticos y sus promesas de cambio juntos. ¿Encima de todo pretenden convertirlos en los villanos de su fábula moral?

Esperemos que esto sea solamente un síntoma más del conocido desdén del Gobierno por la iniciativa privada y no una estrategia para ambientar futuras medidas “audaces”, como los controles de precios (necesarios para controlar la “voracidad del capital”, o algo así), que dejarán aquí los mismos resultados sensacionales que dejaron en Argentina y Venezuela.

Lo que les pone límites a los precios no es la benevolencia del carnicero, como dijo el Adán de la ciencia económica, sino la competencia de mercado. Cuando esta es inexistente o deficiente, con frecuencia hallaremos que en su lugar hay un mono u oligopolio amparado, benigna o corruptamente, por el Estado. A quienes de verdad creen que un empresario en un mercado competitivo escoge libremente cuánto se quiere ganar, les sugiero que, por su propio bien, no se metan a emprendedores. Y que, por el bien del país, no se metan a tomar decisiones que afectan a quienes sí lo son.

THIERRY WAYS
En X: @tways
tde@thierryw.net

(Lea todas las columnas de Thierry Ways en EL TIEMPO, aquí)

QOSHE - Los malévolos empresarios - Thierry Ways
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Los malévolos empresarios

2 1
21.01.2024

En el mundo económico hay un áspero debate sobre la ‘inflación del vendedor’ (‘seller’s inflation’), término acuñado por la investigadora Isabella Weber, de la Universidad de Massachusetts. Según Weber, en ciertos mercados de alta concentración, la inflación puede atribuirse a la avaricia de firmas que se aprovechan de su poder para incrementar excesivamente los precios.

De entrada, algo no casa en la teoría. Las firmas, por definición, siempre son codiciosas. ¿Acaso cuando la inflación baja es porque dejaron de serlo? ¿O ahí no aplica el razonamiento?

Pero mi intención no es criticar el planteamiento de Weber ni tampoco enumerar los argumentos a su favor –también los hay–, sino subrayar que se trata solo de una teoría, una idea que exige más estudio, debate y evidencia antes de prestarse para informar las políticas públicas de un país. Por el momento, no se ha demostrado que las utilidades empresariales causen inflación, y la hipótesis es tan........

© El Tiempo


Get it on Google Play