No es la primera vez que sucede en política, ni tampoco será la última. El perdedor sale al estrado y se proclama ganador. La maniobra no le sirve para ganar el poder que no ha conquistado en las urnas, pero sí para ganar tiempo. Es lo que ganó Alberto Núñez Feijóo cuando concurrió a una sesión de investidura que sabía perdida de antemano. Tiempo también es que lo está ganando Carles Puigdemont al proclamar a los cuatro vientos que puede ser investido presidente de la Generalitat. Y tiempo igualmente lo que quiere ganar Oriol Junqueras con su dimisión a medias como presidente de Esquerra Republicana de Catalunya.

El principal problema del ‘procés’ fue, como se dice en ocasiones de los equipos de fútbol, que el soberanismo pretendió ganar en los despachos lo que no era capaz de conquistar en el campo. Al constatar la imposibilidad de sumar en el terreno de juego de las elecciones una mayoría no ya holgada sino ni siquiera suficiente en favor del Estado propio, decidieron amañar en los despachos del Parlament y del Govern el resultado que no lograban conseguir en las urnas. Dicho con palabras de Manuel Azaña, los políticos soberanistas de 2017 asignaron al Parlament “la pretensión de reformar a un pueblo”, lo que para el presidente de la II República era algo más que una tesis........

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