Jerez y el ejemplo de santa Claudina
Erre que erre una eterna cuestión persiste desde las postrimerías de la Edad de Oro. Interrogante en marfil que acosa al hombre: léase: ¿dónde comienza lo real y dónde finaliza lo aparente? ¿A quién asistía mayor razón: al ingenioso hidalgo don Quijote o al mofletudo Sancho Panza? ¡Averígüelo, Vargas! La respuesta no puede dar una de cal y otra de arena. Ni pecar de tibieza, como los ángeles neutros. La solución viene de arriba abajo. Y no como descensus ad inferos. Sino todo lo contrario: Gabriel Ramos cantaría que desciende como en el Aposento Alto. Se trata -Deo gratias- del Amor. No existe fuerza motriz parangonable para el cristiano. Si el movimiento se demuestra andando; el amor, sólo amando. Amar a Dios y amarás al prójimo como a ti mismo. Sólo el amor entre iguales difumina la quijotesca y sanchopancesca línea divisoria entre la realidad y la ficción. San Juan de la Cruz - quien instrumentalizó la palabra para balbucear lo inefable- exaltó cómo “el alma que anda en el amor ni cansa ni se cansa”. Dondequiera que oigamos aquello de que el amor no presume ni se engríe -san Pablo a los Corintios- allí advertiremos la afirmación -Non vult hoc iste…- de san Agustín: la medida del amor es el amor sin medida. Amor silente, amor sedante. “Amor casi de un vuelo me ha encumbrado/ adonde no llegó ni el pensamiento”,........
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