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Un mundo cruel e injusto

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13.04.2024

Voy a iniciar este escrito en un contexto muy personal que, quizás, como una estadística se puede extender hacia miles de millones de personas que padecen y sufren lo que mi familia y yo soportamos como consecuencia de la violencia política. Quedé huérfano a los tres años, junto con mis cinco hermanos y una tía que se crió en nuestro hogar. Mi madre quedó viuda a los veinticinco años, con una pensión precaria, impropia para cargar con la responsabilidad económica que esto amerita. Lo único que nos favoreció fue la casa que nos quedó que se terminó de cancelar con el montepío que correspondía. Mi padre era un mayor del ejército, quien fue asesinado en servicio en un cuartel de Maracay (1949) por un soldado de 19 años, quien, según las averiguaciones del Ministerio de la Defensa de la época, actuó por una orden, consecuencia de la venganza del partido Acción Democrática contra algunos militares por haber derrocado a Rómulo Gallegos. Aunque mi padre no tuvo vinculación con el golpe de estado. Este nefasto capítulo de nuestra historia, desconocido por la mayoría de las personas, dejó sumido en las desgracias a dos familias, la del sicario ya que tuvo que pagar casi 20 años de prisión y mi familia, que nos encontramos en la orfandad tanto económica como familiar, como fue la falta de la figura del padre.

De todo aquello han pasado muchos años y no voy a describir los padecimientos de todo lo sufrido por la familia con una excelente madre, quien hizo el papel de papá y mamá. Sin embargo, no cabe duda que este sombrío acontecimiento marcó de manera diferente a cada uno de los miembros de la familia. En mi caso particular, desde joven tomé una decisión. Por desconocer la figura del padre resolví negarme a engendrar hijos, por dos razones, una porque no sabría desempeñar el papel de progenitor y segundo, porque no tenía derecho a traer un retoño a este mundo a sufrir todo los padecimientos de mi familia. Me convencí que para traer a la luz un bebé debía cumplirse tres condiciones: primero, querer tener un hijo (yo no lo quería); saberlo educar; no podría tener un descendiente porque como buen lector, imaginaba lo que sería este mundo a lo largo del tiempo: guerras, hambrunas, traiciones, destrucción del medio ambiente, entre otros calvarios y yo no tenía argumentos para enseñarle a un joven para enfrentar tales adversidades. Además, estaba seguro que los patrones morales y los valores de mi........

© Aporrea


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