Quince pulgas y dos garrapatas
El delito de odio es otra herramienta progre para lubricar el ambiente represivo y el control de los ciudadanos. Amén de imponer la moralina buenista que tan importante papel ha jugado y juega en el embobecimiento español. Nunca olvido la conversación con un amigo, a raíz de un asesinato de ETA, al que dije que mucho mejor hubiera sido que el muerto hubiera estado armado y atento y le hubiera volado la cabeza al etarra que venía a matarlo. La respuesta de mi amigo español me dejó estupefacto. Dijo: Ah no, eso sí que no, matar no. Lo que implicaba que prefería el sacrificio de la víctima antes que la justa defensa que eliminara al asesino. A ese grotesco nivel de bobería buenista han llegado algunos españoles.
El delito de odio es un trampantojo. Ninguna ley puede castigar los sentimientos. Si lo hace, ya no es ley sino imposición ideológica, religiosa o moral. Tenemos derecho a odiar tanto como queramos. Y lo dice alguien que ha llegado a la conclusión de que, por grande que sea el odio que sienta, este desemboca al final en una especie de piedad por la especie. ¡Qué grotesco, bruto, violento, miserable, ridículo, cruel y siniestro puede llegar a ser el chimpancé humano! Si alguien lo duda le recomiendo echar un vistazo al mundo, sin anteojeras buenistas.
Creo recordar que lo de la piedad final se lo escuché por primera vez........
© Vozpópuli
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