menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Sexualidad y política (o la política de la sexualidad), por Fernando Mires

38 1
26.05.2024

X: @FernandoMiresOl

Dicen, leemos, oímos, que el XXl será el siglo de la gran revolución sexual. Pero también dicen, leemos, oímos, que el siglo XXl puede ser el de las más terribles guerras que ha conocido la humanidad. Dos procesos que en su gestación no tienen nada que ver el uno con el otro. Pero, al haber aparecido de modo paralelo, están condenados a cruzarse entre sí. Acerca de cuando y cómo, no lo sabe nadie. Sobre la segunda posibilidad, la de la guerra global, ya hemos escrito más que suficiente. Sobre la primera, muy poco. Quizás ha llegado el momento de borronear algunas notas sobre la llamada revolución sexual y sus probables repercusiones globales. Este artículo no será más que eso, lo que de por sí, es demasiada pretensión.

1.

Veamos: Hablamos de una revolución cuando en un determinado ámbito de la vida publica –puede ser en la economía, en la política, en la cultura, en las ciencias, en la tecnología– sobrevienen cambios acelerados e irreversibles. Eso quiere decir, solo es posible hablar de revolución mirando en retrospectiva después que hemos tomado el pulso a la aceleración de los hechos. Por lo tanto, quienes marcan en el tiempo los periodos revolucionarios han sido principalmente los historiadores. Dicho en una frase: las revoluciones no se hacen, suceden. O lo que es casi igual, las revoluciones no están sujetas a ningún más allá; son más bien capítulos de una historia entendida como recapitulación de sucesos y, aunque a muchos suene sorprendente, no planificados.

Nadie, para decirlo con ejemplos, se planteó hacer una revolución neolítica, ni una revolución industrial, ni una digital, y quienes actuaron en esos procesos no sabían seguramente que estaban viviendo en medio de una revolución. La idea de que las revoluciones hay que hacerlas proviene de la modernidad, o mejor dicho, de la política de la modernidad y, redactando de modo más preciso, de los teóricos del anarquismo y del socialismo. Los primeros, para cambiar un orden social considerado injusto. Los segundos, para alcanzar un orden superior de acuerdo a una visión genealógica de la historia cuya expresión más acabada fue el historicismo marxista.

*Lea también: Convivir con los enemigos, por Fernando Mires

En sentido fenomenológico, las apariciones de hechos iluminan e incluso crean su propio pasado. Desde ese entendido podemos llegar a comprender como grandes cambios revolucionarios que han tenido lugar en lo que va del siglo XXl han dejado atrás un trayecto a veces muy largo.

El matrimonio igualitario, la diferencia entre sexualidad biológica y sexualidad de género, la aceptación sociocultural de la homo y de la bi-sexualidad, la separación entre genitalidad y sexualidad, la distinción entre reproducción y erotismo (algo equivalente a la separación culinaria que se dio entre alimentación y gastronomía) en fin, todas esas manifestaciones integradas en la sigla GLTB (…..) no habrían podido aparecer si en tiempos pasados no hubieran surgido acontecimientos y procesos que modificaron las relaciones sexuales escandalizando a los defensores de la tradición. Pero, y esta es una ironía de la historia, ninguna tradición ha nacido como tradición.

Las tradiciones llegan a serlo en el curso del tiempo. Más todavía: cuando nacieron fueron formas muy modernas de vida. Pensemos a guisa de ejemplo en la familia tradicional cuyo techo es la pareja monogámica, hoy bandera del tradicionalismo político-sexual.

Para que emergiera la familia monogámica fue necesario un desprendimiento de dos personas de diferente sexo del orden donde el patriarca y los suyos eran propietarios de todas las mujeres, incluyendo madres y hermanas. En cierto modo la familia que conocemos fue la consecuencia de la fragmentación del clan en microgrupos, a veces organizados en tribus, o de rebeliones nada de pacíficas en contra del padre colectivo, después transformado en padre totémico, como adujo Freud en su clásico Tótem y Tabú.

Probablemente – y eso no lo dijo Freud, pero quizás lo intuyó- Abel no fue el hermano, sino el padre de Caín. Eso significa, lisa y llanamente, que el divulgado antagonismo que se da entre tradición y modernidad –base de la sociología de un Max Weber– debe ser hoy muy relativizado. La tradición tiene un origen moderno y la modernidad, incluyendo la modernidad sexual de nuestros días, está a destinada a convertirse en arcaica tradición. Para decirlo con Carlos Gardel, el tiempo es despiadado porque «hace ver deshecho lo que uno amó».

Ahora bien, conflicto, tradición y modernidad son conceptos que solo pueden ser entendidos en el marco de un determinado espacio-tiempo. Es en ese marco donde se presenta hoy en día una confrontación abierta entre dos ordenes socio-sexuales, uno tradicional y otro,........

© Tal Cual


Get it on Google Play