La lacra del racismo
El racismo masivo y violento ya está en Europa. Estos días se ha manifestado a gran escala en numerosas ciudades de Gran Bretaña. Se han producido auténticos pogromos, ataques violentos generalizados, con destrucción de bienes, viviendas y comercios, contra población de origen inmigrante, principalmente musulmana. Han estado organizados por grupos de extrema derecha, que se aprovechan de las profundas brechas sociales y culturales que han reforzado los gobiernos conservadores en estos años. A la perplejidad inicial en la sociedad británica y la permisividad e incomprensión de los principales medios junto con la inacción de algunas autoridades, ha seguido una movilización popular antirracista y una respuesta dubitativa del reciente gobierno laborista que ha frenado esa ofensiva ultraderechista.
Sin embargo, la gravedad y dimensión de estos hechos, junto con la fuerte tendencia xenófoba y antinmigración de estos años en Europa, requiere un diagnóstico adecuado y, sobre todo, una estrategia de prevención y acción contra el racismo. En particular, es insatisfactorio el consenso europeo, condicionado por las ultraderechas, entre la derecha tradicional y la socialdemocracia en torno a la problemática política migratoria recientemente aprobada con la prioridad de la defensa de las fronteras y la rebaja de la cultura de los derechos humanos y las políticas de integración sociocultural y solidaridad internacional.
Por tanto, la prevención y el tratamiento del racismo constituye un reto interpretativo y sociopolítico, en torno a dos ejes combinados: la integración social y la convivencia intercultural. Se trata de afrontar la involución derechista y segregadora respecto de la inmigración, su disciplinamiento como mano de obra barata, su sometimiento a una situación subordinada y con menos derechos y la división social respecto de las capas trabajadoras autóctonas y entre la propia población inmigrante.
Al igual que con el antifeminismo, frente a los avances de condiciones igualitarias y derechos emancipadores feministas, con el racismo se ha reforzado una ofensiva cultural reaccionaria. Pero, también, se intenta consolidar la discriminación de una parte significativa de las capas populares e influir en el aparato de poder institucional europeo, con el acceso a posiciones gubernamentales como en Italia y otra media docena de países.
El racismo y las dinámicas de extrema derecha no solo buscan la complicidad de una parte del poder establecido, especialmente con la penetración en el aparato del Estado -fuerzas de seguridad, judicatura- y los medios de comunicación, sino que buscan ampliar su legitimidad social con el apoyo de sectores populares, particularmente de clases medias y capas trabajadoras en descenso de estatus socioeconómico -no solo en el ámbito rural o tradicionalista-. Se pretende reconducir sus malestares y resentimientos y movilizarlos utilizando los supuestos agravios comparativos y estimulado sus ventajas étnico-nacionales o de raza (o de sexo). O sea, con el socorrido criterio trumpiano o neofascista de la culpabilización del más débil y la primacía ‘nacional’.
Se produce una conversión discursiva: la responsabilidad de los recortes sociales, las deficiencias de los servicios públicos, los........
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