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La última cinta de Malaparte

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16.07.2024

I.
El ocaso del siglo XIX es en Florencia ese “alto equilibrio de luz inmóvil” al que Curzio Malaparte se referirá años después: un mediodía en el que las primeras botellas de gaseosa brillan al lado de gramófonos pioneros. Encorvado sobre su tripié, Schemboche, el fotógrafo de los dandies florentinos, inmortaliza a otro de sus personajes: Erwin Suckert, el alemán que ha inaugurado los paseos en bicicleta por la Via Tournaboni y que sonríe junto a su velocípedo Phaenomen, una mano apoyada en el sillín y la otra en el manillar. Precursor de los ases del volante, Suckert anticipa también las películas mudas al caer de su bicicleta frente a Edda Pirelli, una distinguida mujer lombarda que al poco tiempo se convierte en su esposa. Establecido en Prato, el matrimonio engendra en 1898 a uno de sus siete hijos: Kurt Erich Suckert, que en 1921 renace como Malaparte con su primera novela, La revuelta de los santos malditos. Quizá el responsable de este segundo nacimiento sea —por partida doble— Goethe: un busto suyo, obra del escultor pratense Lorenzo Bartolini, suda en invierno al fondo de un pasillo de la temprana infancia de Malaparte; una copia del célebre retrato de Tischbein, donde el autor de Fausto aparece “sentado sobre un sarcófago en medio de la campiña romana, rodeado de un gran manto purpúreo”, preside la sala de la casa paterna. Quizá esa otra figura tutelar haya impulsado a Malaparte a seguir la impronta romántica, la poesía “llena de hojas, de frondas, de aguas, de nubes, de horizontes” que cruza como un temblor su prosa crepuscular.

II.
“Siento horror por la sangre. De muchacho me imaginaba que las estatuas eran de carne y hueso y tenían las venas llenas de sangre. Con un cortaplumas me entretenía en pinchar los brazos de los ángeles de Donatello para hacer brotar la sangre de aquella piel delicada y blanca.”
A bordo del bombardero que sobrevuela la Grecia lívida de 1940, Malaparte intenta recordar si alguna vez pinchó el busto de Goethe. Recuerda, en cambio,........

© Letras Libres


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