La cruz nuestra de cada día, por Gustavo J. Villasmil Prieto
X: @Gvillasmil99
Soy católico porque así me lo mamé desde chiquito del seno de mi madre, que era una santa. Entre mimos y la amenaza de uno que otro «cotizazo» – versión zuliana del venezolanísimo «cholazo» – por bañarnos en la playa en Viernes Santo, de su mano me fui adentrando en las grandes verdades que enseña la Iglesia de Roma en cuya fe he vivido y quiero morir. Comencé, como todo niño, con el Catecismo, aprendidos «al pelo” desde los Diez Mandamientos hasta las oraciones comunes – Padrenuestro, Ave María y Gloria- pasando por el Credo nicenoconstantinopolitano resumen de la esencia de la doctrina católica, la liturgia de la Santa Misa seguida en el «Misalín», la catequesis sabatina preparatoria para la Primera Comunión y, cumplidos los 12 años, la Confirmación.
Siguieron los años de la adolescencia, los del descubrimiento del mundo en toda su belleza, pero también en todo su dolor. En la Venezuela de entonces – la del «tá barato, dame dos»- no se hacía uno muy popular hablando de la pobreza y de los millones de niños pasando hambre que con valentía denunciaba monseñor Helder Cámara en el Brasil y en toda Latinoamérica: la terrible «bomba M» – «M» de miseria– que terminó estallándole en pleno rostro al país despreocupado y manirroto que éramos.
Fueron también los años de mis primeras aproximaciones al magisterio de la Iglesia recogido en textos como la histórica Rerum Novarum de 1891, en la que León XIII bien que lo decía «…es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que........
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