Antonio Caballero: compositor de sones
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«Sonero, nunca olvides tu son», coreó Johnny Pacheco. Y Antonio Caballero —que murió hace tres años y 64 días, a quien vale recordar por su muerte hace tres años y 64 días— nunca olvidó su son: nunca olvidó que la escritura consistía ante todo en fabricar oraciones y que fabricar oraciones consistía ante todo en urdir una música. Y su son, como el de un polímata, se esparció y se desparramó por una vorágine de temas: escribió sobre toros, sobre presidentes, sobre expresidentes, sobre aspirantes a la presidencia, sobre la Colonia, sobre la República, sobre Onetti, sobre el Papa, sobre Velásquez, sobre las Cruzadas, sobre los Bruegel, sobre El Cid, sobre la degradación moral del tinto. También pintó caricaturas, que son la síntesis de una oración. Y aunque variaba el tema, no variaba su aspiración de poner una palabra tras otra, como en una procesión laboriosa de hormigas, en un orden gobernado por un ritmo. Caballero era —en sus libros, en su artículo de Semana, en sus crónicas de Alternativa, en su columna fotográfica en Arcadia— un escritor que escribía de oído: un solfeador de nómina, un sembrador de silbidos. Y entre todo lo que escribió y lo que pintó, el libro que recoge su mejor estampa es Sin remedio.
Sin remedio, su única novela, escrita a intervalos a lo largo de una década, fue publicada hace 40 años. Los reseñistas de turno, los de entonces y los de ahora, han estipulado con obsesión geográfica que Sin remedio es un «retrato» (o una «radiografía», si se levantaron con arrebatos clínicos) de Bogotá en los setenta. Pero es mentira: la ciudad de la novela se llama Bogotá, describe parajes bogotanos, está impregnada de lluvia bogotana, pero es el infierno. Se han deslomado también en el ejercicio de demostrar que se trata de una novela en clave, que sus........
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