La ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales, aprobada el pasado mes de marzo, se ha encargado de regular el reconocimiento y la protección de la dignidad de los animales, además de garantizar, en la medida de lo mesurable y de lo posible, su bienestar.
Es presumible que la mayoría de las personas de bien estén de acuerdo con este objetivo básico y se alegre de que los animales no puedan ser considerados como meras propiedades o fuentes de rentabilidad económica a cualquier precio. Dicho sea de paso, estas mismas personas serán las que muy posiblemente menos necesiten de esta ley. Por su propia naturaleza racional, respetuosa, decente y bienintencionada, es bastante probable que nunca se les haya pasado por la cabeza abandonar una mascota, sobreexplotar su ganadería o, ni mucho menos, hacerle daño gratuitamente a un animal.
Está claro que este tipo de ciudadanos consideran a los animales como lo que son, esto es, seres sintientes y sensibles. Consecuentemente, les (nos) parece bien que un comportamiento abusivo hacia ellos vaya acompañado de consecuencias legales que obliguen a comportarse racionalmente al que puede llegar a ser mucho más “animal” que un animal.
Si hay quien es más burro que un burro, es bueno que se abstenga de serlo por miedo, ya que por neuronas y/o corazón no da para más. Perfecto, fenomenal, aplaudo… pero no nos confundamos. Lo que no puede ser es que la gente pierda la cabeza, el raciocinio, el sentido común y hasta la salud por culpa de un mal entendido amor a los animales. Me voy a centrar en los perros, porque la gente se está volviéndose un poco majareta con este tema. Por supuesto, no voy a referirme a las conocidas y aburridas disputas de vecindario entre amantes y detractores de cánidos. Ahí no puedo aportar nada nuevo. Existieron, existen y existirán para animar las reuniones de comunidad per saecula saeculorum.
Me centraré en exponer una serie de consideraciones que creo necesarias para todos aquellos que no tienen clara la diferencia entre especies biológicas. Las escenas que he presenciado, los argumentos que he escuchado y los comportamientos a los que he sobrevivido creo que justifican, sobradamente, una sencilla explicación.
Empecemos por lo más obvio: los perros no son personas. Aunque humanos y caninos nos llevamos fenomenal y ambos somos cordados, vertebrados y mamíferos, no pertenecemos ni a la misma especie (Canis familiaris vs Homo sapiens), ni al mismo género........