Durante muchos años, el ferrocarril español estaba en el centro de una importante paradoja. Teníamos, por un lado, una de las mayores redes de alta velocidad del mundo, con miles de kilómetros de líneas de reciente construcción de una calidad impecable. Al mismo tiempo, nuestras estadísticas de tráfico de viajeros eran una fracción de lo que veíamos en infraestructuras parecidas en Francia, Italia o Alemania.
Por ejemplo, en 2019, la línea de alta velocidad (LAV) que conecta París con Lyon tuvo unos 52 millones de viajeros. La Madrid-Barcelona, mientras tanto, rondaba los ocho millones. La LAV francesa cuenta con algunas ventajas importantes, como mayor población o el hecho de que da servicio a un rango amplio de destinos, abarcando desde Basilea hasta Toulouse, pasando por toda la Riviera francesa. Aun así, mirando la cantidad de trenes y viajeros en la línea española, parecía claro que algo no estaba funcionando del todo bien.
Por aquel entonces, muchas voces, al ver este contraste, hablaban sobre despilfarro, sobre la triste realidad de que España había construido unas infraestructuras desmesuradas para la población del país. Mi impresión entonces era que las líneas de alta velocidad españolas eran perfectamente adecuadas a las necesidades del país. Nuestro problema, en todo caso, era que nuestra compañía nacional de ferrocarriles no estaba por la labor de utilizarlas como era debido.
La curiosa aversión de Renfe a llenar trenes de viajeros es bien conocida.........