El discurso de despedida de Mariano Rajoy en el congreso del Partido Popular fue a la vez un recordatorio de lo grande y pequeña que es la política a veces.
Rajoy es un político excepcional por su normalidad, algo que dejó bien claro en su intervención. Es un hombre de partido, que ha ocupado cargos en todos los niveles del PP, desde sus tiempos pegando carteles participando en juntas locales hasta llegar a la dirección del partido y la Presidencia del Gobierno. Los políticos de carrera tienen mala prensa estos días, pero hay algo decente, sobrio, en una persona que decide dedicar su vida a un trabajo tan arduo, desagradecido y antipático como es la política.
Rajoy ha sido un funcionario de la política, alguien dedicado a entender los engranajes, manivelas y cañerías del poder. En su discurso, ha reivindicado esta labor de ser útiles y trabajar para otros. Hay una cierta nobleza en ser un concejal de pueblo, diputado autonómico o un cargo de segunda línea en alguna consejería, sin gloria alguna ni el aplauso de nadie, trabajando sólo por querer mejorar el país donde vives. Como Rajoy recordó, estos mismos políticos anónimos en España a menudo han tenido que hacer enormes sacrificios, incluso perdiendo la vida por defender sus ideas.
Rajoy siempre se ha visto a sí mismo como uno de estos políticos; alguien que está ahí para hacer que las cosas funcionen, porque alguien tiene que hacerlo. Nunca ha sido un romántico, ni ha pretendido serlo. Siempre se ha visto como alguien responsable, serio, que estaba en un ministerio, consejería o gobierno por simple y llana responsabilidad. Es alguien que no sólo cree que la política es aburrida, sino que cree sinceramente que aquel que ve alguna épica o poesía en ella es un ingenuo o un iluso. A su manera, Rajoy ha sido un populista a la inversa. En vez de apelar a su excepcionalidad, o hablar en voz estentórea sobre su casta, élites, y relatos semejantes, su imagen y discurso siempre ha sido el de........