La cochambre

Pones la tele y tienes la sensación de que huele como olían los patios de luces de hace cincuenta años: a guisos mezclados, a ropa dudosamente limpia, a humo de carbón, a viejo, a triste, a lejía, también un poco a ingle, todo junto. La palabra que estoy buscando es cochambre.

Una señora ya bastante mayor, entrada en décadas y en carnes; una señora que cuando éramos pequeños era una belleza que salía por la tele y mostraba unas piernas larguísimas en los escenarios, anda otra vez en lenguas a causa de un novio que tuvo hace muchísimo. Novio, amante, “maquereau” (en buen castellano se dice de otra manera), viejo verde, lilón, apañado, cabrito, lo que ustedes quieran; ya ven que casi todas son palabras viejas y medio mohosas, buenas para una novela de Cela como La colmena u otras parecidas. Ese viejo encandilado por aquellas piernas interminables era el Rey de España. Eso es lo único que singulariza esta historia extraordinariamente vulgar de cuernos y contracuernos, secretos de colchón y cochambre. ¿De Cela, dije? Sí, o de Juan Marsé.

En la tele hay un alboroto que, de niños, solíamos ver en el gallinero cuando andaba cerca el perro. Alguien, en alguna parte, ha publicado unas fotos escandalosísimas en las que se ve a Juan Carlos comiendo paella como si aquello que tiene delante fuese una familia, o llevando una bandeja con vasos, o dándole piquitos a esa mujer, o yo qué sé. Esta dama, que resultó ser una dama de lance como la copa de un pino, encargó a su hijo (entonces un adolescente) que sacase esas fotos para tener lo que ella llama ahora, con una desvergüenza nada nueva en ella, un “seguro de vida”.

Hace falta ser desalmado. Un seguro de vida, en este contexto, es un chantaje de la peor especie: o me sueltas pasta, so lila, y........

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