Es posible que alguno de ustedes se sorprenda porque este artículo salga mas breve que los demás y quizá con alguna errata. Les pido perdón. He tenido un accidente. Sufrí una caída estúpida y me fracturé el hombro izquierdo. Soy una persona mayor, con tendencia al ensimismamiento, que vive solo y que padece sobrepeso. La caída me ha convertido en un inválido. No puedo vestirme solo, no puedo ducharme, el acto mecánico de meterme en la cama y arroparme se ha convertido en un drama que dura media hora y que me hace aullar de dolor, y además… solo puedo escribir con un dedo. De ahí la brevedad de hoy, porque la escritura “monodactilar” es agotadora.
Estamos indefensos. Se acabaron aquellas “agüelas” de las aldeas de mi infancia que subían y bajaban de las peñas cargadas con inconcebibles costales de hierba… y no le daban la menor importancia. Ya no hay héroes. Ya no hay hombres que maten dragones, como dice mi adorada Cristina García Rosales en su espléndido libro de relatos. La inmensa mayoría de nosotros, sobre todo los más veteranos pero no solo, somos como insectos que habitan en un fragilísimo equilibrio aéreo, con las patitas conectadas a un alarmante número de artilugios, sistemas, mecanismos y normas que no podemos controlar, que no dependen de nosotros. Pero nuestra vida, nuestra misma vida, sí depende de ellos.
Partirse el hombro es un accidente imprevisible, es cierto. Pero yo no sé qué va a ser de mí el día en que se le funda el motor de arranque a este pesado trasto que me sirve para escribir y para asomarme al mundo. Sin duda sucederá. Ya me ha sucedido, pero entonces caminaba mejor y tenía fuerzas para llevarlo a reparar. Ahora no es así. Prefiero ni imaginarlo.
Desde las bombillas que se funden hasta el móvil, un artilugio que ha reemplazado a lo que hace ya........