El perro negro

Un día suena el despertador y tú te sientas de un salto sobre la cama llorando de miedo, pero no sabes a qué. Todo se mueve a tu alrededor, como si la habitación fuese el camarote de un barco en medio de la tormenta o como si estuviese viva. Cuando descubres que los muebles que te rodean, la luz, la cama, no son los que deberían, los que ves cada día, te das cuenta de que no te has despertado sino que estás soñando que te has despertado en medio de una tormenta de terror. No mucho más tarde, cuando te despiertas de verdad porque ha sonado el despertador, estás llorando de miedo y no sabes a qué, y apenas reconoces el cuarto donde duermes. Ese es el momento de ir al médico.

He seguido con profunda atención las informaciones sobre la peripecia personal de Álvaro Morata, ese futbolista que ha pasado por ese calvario. Es joven, es guapo, seguramente es rico, tiene cuatro hijos y ha gozado del amor casi hasta ahora mismo, porque la enfermedad de la que hablamos –la depresión– lo primero que espanta es a la gente que tienes al lado y que decía quererte. Si no era verdad, se van: nadie quiere vivir con un enfermo al que aparentemente no le pasa nada, no le duele nada, no tiene fiebre. Solo que es incapaz de abrir la puerta del baño porque teme que al otro lado le estén esperando, o que llora como un niño porque lleva una hora tratando de recordar cómo se hace el nudo de los cordones de los zapatos.

Winston Churchill, que la padeció toda su vida, la llamaba “el perro negro”. Aquel hombre de un carácter extraordinariamente fuerte y decidido se quedaba sentado en la cama, a veces durante días enteros, sin poder hacer nada más que balbucear y gemir, mirando a un punto fijo sin ver nada; la única que sabía cómo sacarle de aquello, cómo espantar al perrazo, era Clemmy, su esposa. Y lo sabía por intuición, por experiencia, por los años dedicados a cuidarle mediante el método de ensayo-error, no porque tuviese conocimientos sobre un mal que, en tiempos de Churchill, ni siquiera tenía nombre.

La conozco bien. Sé que se va pero vuelve siempre, por mucho que tarde. Sé que no hay una causa concreta que la haga venir, pueden ser........

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