Pocas veces en la vida, muy pocas, tiene uno la ocasión de asistir, en vivo, a un acontecimiento que merece plenamente el calificativo de histórico. Yo tuve esa suerte hace unos días, cuando asistí, en el madrileño Teatro de La Zarzuela, al reestreno de la ópera Circe, de Ruperto Chapí.
Vaya cosa, dirán algunos de ustedes, una ópera. Se sube a la parra este hombre por una ópera en vez de preocuparse por el congreso del PP, el precio de la luz o por la horripilante tragedia del Barça, cautivo y desarmado (una vez más) por ese equipo alemán que tiene nombre de aspirina.
Pues eso depende del concepto que cada uno tenga de lo que es la cultura y sobre todo, en este caso, de lo que es España. A Chapí lo conocerán ustedes por sus zarzuelas: La revoltosa, El rey que rabió (esta le tiene que encantar a mi querido Orlando Sánchez Maroto, que es republicanísimo), La bruja y otras de parecido tonelaje, porque escribió cientos. Pero es poco probable que hayan oído ustedes hablar de sus óperas… y sobre todo de esta, Circe.
La Circe nació para ser más que una ópera. Debía haber sido la 'piedra angular' de un proyecto ambiciosísimo que compartían, en el último tramo del siglo XIX, grandes músicos como el propio Chapí, Tomás Bretón y algunos más: la creación de una 'ópera nacional' española. Los alemanes tenían la suya, en buena medida gracias al trabajo de Richard Wagner, que se conocía en todo el mundo occidental. Los italianos tenían también su ópera inconfundible, que se apoyaba en Verdi, Puccini, Mascagni y antes en Rossini, Donizetti y Bellini. Los franceses llevaban siglos trabajando en........