La verdad es que no se entiende, ni bien ni ma,l la crecida del celo anticlerical que se está viviendo, entre escándalo y escándalo, en esta democracia a la deriva. Sobre todo teniendo en cuenta que bajo el mandato de personajes como González y Guerra, además de confirmarse la libertad de religión que impuso el consenso –lo cual en un país tan frailuno como éste ya era confirmar--, las relaciones entre la Iglesia y el Estado funcionaron en un clima normalizado cercano a la cordialidad. Guerra, que tengo para mí que era quien pilotaba aquella inteligente aproximación, mantuvo una envidiable relación con los obispos que no dejaba de ser rara habida cuenta de lo cerca que éstos estaban aún de la connivencia con la desaparecida Dictadura y sus privilegios. No debió ser fácil, por poner un caso, aceptar la sugerencia de Fernando Morán de enviar al Vaticano como embajador a un sabio eminente pero ateo militante tan acérrimo como mi afectísimo amigo Gonzalo Puente Ojea y. sin embargo, se envió con notable éxito. Guerra sabía de sobra lo que hacía.
Pero en los tiempos que vivimos, el llamado “progresismo” ha retrocedido en este delicado asunto, sin duda a causa de la supina y demostrada ignorancia de unos responsables políticos inconscientes de las graves consecuencias sociales........