Oigo por doquier lamentos ante el circo de tres pistas que anuncia ya Trump. Quejas por la inmensa osadía que supone poner la democracia tocquevilliana en manos de esa inconcebible tropa de serviles y con Él a la cabeza. Sorprende y asusta un lego antivacunas al frente de la sanidad, un locutor al frente del mayor ejército de la Tierra, una fanática de Putin para dirigir los servicios de inteligencia y en ese plan. Todos radicales, todos fundamentalistas, y a la sombra todos de un multimillonario famoso por sus extravagancias. ¿El fin del mundo, se pregunta la mitad perdedora –porque en USA, como en España, la sociedad no es hoy una sino dos mitades enfrentadas-- o el orto de una nueva era, acaso el mítico “mundo feliz de los tiempos finales”, para los trumpistas más cerriles? Creo, sin embargo, que cabe pensar que, en última instancia, no será para tanto, sino apenas una nubecilla ocasional sobre el mito que consagró Tocqueville hace casi siglo y medio. No hay más que pararse a reflexionar sobre el hecho de que, en realidad y verdad, esa venerada democracia –racista hasta el corvejón, implacable con la miseria, reducto legal de la pena de muerte, creacionista antes que darwiniana y belicosa hasta el delirio desde su complejo de........