Cada diciembre asistimos al mismo ritual. Mientras las familias españolas preparamos nuestras mesas, decoramos nuestros belenes y cantamos nuestros villancicos, hay quienes trabajan incansablemente para vaciar estas fechas de su significado. No con prohibiciones explícitas, eso sería demasiado evidente, sino con el bisturí fino de lo políticamente correcto y la imposición de una neutralidad que, en realidad, es otra forma de censura. Nos dicen que debemos decir "felices fiestas" en lugar de "Feliz Navidad" para no ofender, que los belenes en espacios públicos son una imposición religiosa. Que celebrar la Navidad como la hemos celebrado siempre es excluyente, retrógrado, casi una agresión. Y todo esto envuelto en el papel de regalo de la tolerancia y el respeto.

Pero aquí va la verdad incómoda. Borrar la Navidad no es tolerancia, es cobardía cultural. La Navidad es parte indisoluble de nuestra identidad. No solo como tradición religiosa, que lo es, sino como patrimonio cultural, como memoria colectiva de un pueblo. Celebrar la Navidad no es atacar a nadie, es simplemente ser quienes somos. Y renunciar a ello por miedo a molestar es traicionar siglos de........

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