Desde hace años, el 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, la Asociación de Medios de Información (AMI) publica un anuncio que lleva por título Creemos en el periodismo. La frase, que va acompañada de palabras como «falsedad», «partidismo», «intrusión», «intereses» –éstas tachadas con una raya–, «verdad», «imparcialidad», «respeto», «vocación», es una especie de prescripción que advierte a los periodistas de que si quieren que la gente confíe en ellos han de ser dueños de sí mismos para expresar lo que ven y piensan. O sea, igual que esos otros eslóganes de La verdad es valiente o La verdad es incómoda y que hoy recobran actualidad ante la obsesión del presidente del Gobierno de acabar con los medios de comunicación que, a su juicio, le son hostiles y que es una señal, otra más, de la degradación de las democracias dispuestas a sacrificar el derecho al libre pensamiento. Una actitud, la de censurar y atacar a la prensa, que se produce justo en el momento en que los medios de comunicación asumen la desagradable obligación de denunciar los abusos de poder cometidos en el seno del partido y de la familia de Pedro Sánchez y que recuerdan la Ley de Defensa de la República de 1931 que castigaba la publicación de noticias que fueran «una agresión contra el nuevo orden».
Sólo en la sociedad abierta existen periodistas libres. Por el contrario, en una sociedad cerrada nunca se dará un periodismo independiente. En la primera, la contribución más importante del periodista es contar la verdad y luchar contra la mentira. El periodista es, a un tiempo, la vista, los oídos y la boca de la sociedad. Por eso, toda dictadura se ve obligada a reventar sus ojos, a taponar sus oídos y a sellar sus labios. Y por eso, en sentido opuesto, es imprescindible que el periodista escriba la verdad según su leal saber y entender. Con ella es como se hace frente a los autócratas, cleptócratas y enemigos de la democracia empeñados en........