Este verano, el sustituto del monstruo del lago Ness es el rechazo social del turismo masificado. Siguiendo una exitosa estrategia con antecedentes en la preocupación ecológica, la libertad sexual y la igualdad de género, la izquierda antisistema no ha tardado en apoderarse de la protesta con ese característico enfoque radical tan suyo, y que tanto desconcierta y seduce a las élites lerdas: no se trata de corregir las consecuencias indeseables del turismo en masa, sino de la denuncia del turismo en sí como aberración liberal y capitalista (culpable de infinitos males, del colonialismo cultural al cambio climático y los desastres electorales de la ultraizquierda)
La denuncia activista del turismo solo es el penúltimo capítulo de la interminable agresión izquierdista a la libertad y felicidad general. Y como de costumbre, goza de la simpatía de los grandes medios y de vecinos de zonas turísticas dados a olvidar que ellos mismos se transforman, siempre que pueden, en turistas iguales a esos que tanto les molestan en su domicilio. Protestar por el turismo y hacer más turismo que nadie, todo a la vez, es la última disonancia cognitiva del insoportable radicalismo ideológico de los privilegiados wokistas, fans del doctor Jekyll y míster Hyde. El modelo moral son los multimillonarios que peregrinan a Davos en sus jets particulares a profetizar la muerte del planeta a causa de la aviación comercial de masas.
Es innegable que el turismo masivo tiene inconvenientes, como todas las actividades sociales, que siempre molestan a alguien y a menudo estropean cosas valiosas. Comparemos por ejemplo la vulgaridad de la universidad masificada del presente con la exquisita educación superior reservada a élites mínimas que era........