Pedro Sánchez solo puso un tuit sobre la catástrofe que asoló el sudeste de España el día 29 de octubre. En contraste, tuiteó en abundancia sobre su paseo triunfal por la India, más fuga privada que visita de Estado. Ya en Madrid, se negó a suspender el orden del día del Congreso porque urgía aprobar los cambios del reglamento de TVE para un control aún más partidista de la carísima e inútil televisión pública. Pero no trato de analizar otra vez la personalidad obviamente perturbada del sujeto, sino volver a la gran pregunta: ¿Cómo es posible que gente así halla escalado hasta la cumbre con tan escasa oposición y aún menor comprensión del peligro?
La respuesta está en el escándalo de sexo y drogas que liquidó abruptamente la carrera de Íñigo Errejón la semana previa. Tampoco se trata de la psicología de este mindundi con mucha más ambición que talento, típico estafador incapaz de dominar sus vicios. El asunto va más allá del personaje y la persona desdobladas que dice ser. Es, de nuevo, cómo ha sido posible que alguien así llegara no solo a protagonista de la primera línea política, sino que gozara de tanto aplauso y admiración no de los suyos, como es natural, sino de tanto líder de opinión y analista político supuestamente solvente (como su ahora atribulada secuaz Yolanda Díaz, dicho sea de paso).
Cuando saltó el escándalo Errejón, infinidad de comentarios en redes sociales, que es donde hoy pasan las cosas, se preguntaron retóricamente si Errejón y su asamblea de comunistas de Ciencias Políticas solo habían entrado en política para obtener sexo y poder gratuitos. Obviamente, sí. Y no es una patología exclusiva de la izquierda, como insiste en equivocar la........