Hay profesores, y profesores. Y decirlo así, es casi acercarse a la tautología de declarar que la mesa es una mesa, o la vida es la vida misma. Pero el asunto pasa por otro camino.
Hay profesores, que, definitivamente se olvidan de sus días de estudiantes, han madurado tanto que ya no recuerdan la vieja inmadurez, indisciplinas o fugas de la escuela. Son los que se afanan por lo correcto y no se ríen de los chistes, ni aceptan explicaciones ante un mal comportamiento. Otros, más entusiastas, mantienen vivo por dentro aquel joven irreverente para poder dialogar con los hijos de otro tiempo.
Algunos se alzan en el estrado frente al aula, y dictan verdades inapelables; no leyeron a Paulo Freire, o no asimilaron la pedagogía de Martí, y siguen depositando “conocimientos” como quien acude a un banco a guardar dinero.
Pero hay otros que rompen con la vieja dicotomía de enseñanza –aprendizaje, y tratan de aprender de sus alumnos, conocer sus........