Por ahí vienen julio y agosto, no los emperadores, sino los meses que se igualan en días y fiestas. Llegan las vacaciones, y hacemos planes. Cada familia ajusta sus ilusiones y las tira contra sus bolsillos. Es larga la escalera para alcanzar los precios; unos pueden subir, otros se divierten a bajo costo, y a su manera se divierten.
Para muchos jóvenes el asunto se vuelve más difícil; algunos estudian y trabajan pero casi todo se va en comida. Se puede mirar y mirar las estrellas pero es más difícil bailar sin música. La familia intenta romper la rutina porque hay vacaciones. ¿Adónde ir? ¿Adónde llevar a los hijos, a los viejos más allá de la cola de medicamentos? Un abuelo mira por la ventana, y pasa por la memoria el viejo ritmo de una melodía que ya nadie escucha.
Por ahí vienen julio y agosto, pero no es el propósito hablar de dilemas, precios u opciones, sino del comportamiento allí donde hay aglomeración de personas que se divierten, no pocas veces, con rones en vena. Y la pregunta cae por su peso: ¿Cómo asegurar que las vacaciones no se conviertan en campo de violencia cada vez más habitual entre........