Esa noche, fue el silencio. La oscuridad casi total, sin luna y sin farolas. La cena fría, si hubo. Las luces esporádicas, las alimentadas por baterías que, poco a poco, se fueron extinguiendo. La sombra larga, aunque para ese momento no podríamos imaginarnos cuánto.

Nos faltó la electricidad, básicamente, y todo cuanto implica: Pero no fue lo único. Faltó, para decirlo en pocas palabras, acompañamiento, alternativas concretas, información oportuna por todos los medios a la mano, los nuevos, los sofisticados y los de siempre.

Vivimos una situación excepcional sin los aseguramientos que, normalmente, se movilizan en el país ante circunstancias similares y no hablo de grandes recursos, esos que, ahora mismo, por lógica y la más elemental humanidad, toman rumbo occidente.

Me refiero, por ejemplo, a la información sobre la situación en sí -la generación cero del Sistema Eléctrico Nacional (SEN)- y el resto de los servicios básicos: qué pasaría con los bombeos de agua, los servicios en pipas, la producción del pan de la canasta básica…

Una responsabilidad que, más allá de los equipos de comunicación institucional que debe tener cada entidad y sus planes de crisis, debía ser orquestada por los diferentes órganos del Poder Popular, desde el Gobierno hasta los barrios, y viceversa.

Solo la Empresa Eléctrica manejó, en las peores horas, algunas informaciones, aunque el mensaje a nombre de la Unión Eléctrica informando sobre la avería a nivel nacional fuera solo uno y el canal de Telegram de la entidad local no tuviera mucho que agregar.

¿Por qué, ante la imposibilidad de ver la televisión o escuchar la radio, y la realidad de muchos barrios de la ciudad y más allá, donde la falta de fluido eléctrico implica quedarse sin cobertura móvil y telefonía fija, no se echaron a andar los autos parlantes, y el “boca a boca” promovido por las organizaciones de masas?

¿Por qué no se organizó una respuesta concreta a las necesidades y urgencias de la población, esa que se quedó sin electricidad para cocinar los alimentos ni posibilidades de conservarlos apropiadamente; sin carga en los celulares, los radios, las lámparas…?

Hubo, siempre hay, gente solidaria. Quien sacó a la calle plantas, baterías, bicicletas que daban posibilidad de cargar algo más, sin que mediara pago alguno. Quien, quizás de manera más anónima, calentó el estómago del vecino con una sopa, abrió neveras y refrigeradores para preservar el sustento ajeno.

También vieron el río crecer los “pescadores” y se aprovecharon: anunciaron el flamante “servicio de carga de baterías” por redes sociales y cobraron 100, 200 pesos, según me han dicho. Pero de esos emprendedores de la calamidad, no trata este comentario.

Trata, eso sí, de por qué no institucionalizamos la solidaridad, las soluciones. ¿Por qué, por mandato más allá de las iniciativas individuales, no se organizó que los centros estatales con planta, o en circuitos a los que se les priorizó la poca electricidad que generaron los grupos electrógenos locales, dieran ese servicio a la población más cercana?

En otros momentos, se ha vendido a precios subsidiados comida preparada o semielaborada, agua potable a la población. ¿Por qué no durante el apagón entonces si se sabe cuántas familias dependen de la electricidad para cocer sus alimentos, hay crisis con el gas licuado y el saco de carbón anda por los 500 pesos?

En algunos hogares, apareció la inventiva, y se montaron fogones de leña con sillas de metal, parrillas de refrigerador, lo que apareciera…, y en algunos barrios se abrazó el festejo con la necesidad y se armó una caldosa colectiva que nadie despreció, en vísperas del Día de los Comités de Defensa de la Revolución.

Pero qué pasa con los que no pudieron o no se les ocurrió, con la población más envejecida, los más vulnerables: ellos también forman parte del todos, ellos son la máxima expresión del todos al que se debe la Revolución.

Son preguntas que vale la pena hacerse, cuestionamientos necesarios…, ahora que se ha hecho la luz.

QOSHE - Hablemos del apagón - Lilibeth Alfonso Martínez
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Hablemos del apagón

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07.10.2022

Esa noche, fue el silencio. La oscuridad casi total, sin luna y sin farolas. La cena fría, si hubo. Las luces esporádicas, las alimentadas por baterías que, poco a poco, se fueron extinguiendo. La sombra larga, aunque para ese momento no podríamos imaginarnos cuánto.

Nos faltó la electricidad, básicamente, y todo cuanto implica: Pero no fue lo único. Faltó, para decirlo en pocas palabras, acompañamiento, alternativas concretas, información oportuna por todos los medios a la mano, los nuevos, los sofisticados y los de siempre.

Vivimos una situación excepcional sin los aseguramientos que, normalmente, se movilizan en el país ante circunstancias similares y no hablo de grandes recursos, esos que, ahora mismo, por lógica y la más elemental humanidad, toman rumbo occidente.

Me refiero, por ejemplo, a la información sobre la situación en sí -la generación cero del Sistema Eléctrico Nacional (SEN)- y el resto de los servicios básicos: qué pasaría con los bombeos de agua, los servicios en pipas, la........

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