Las esponjas marinas son los animales más antiguos que habitan la Tierra. Llevan millones de años adaptándose a los cambios del entorno, pero ahora se enfrentan a un nuevo y poderoso enemigo: el plástico.
Si alguna vez ha paseado por las playas durante la marea baja o ha buceado cerca de las rocas, es posible que no las haya visto. De formas y tamaños variados, son exclusivamente acuáticas y se encargan de filtrar miles de litros de agua al día.
El agua pasa libremente a través de las esponjas, y este proceso es esencial para su nutrición, ya que al atravesar su cuerpo, las partículas de alimento son capturadas y digeridas por sus células. El agua que se expulsa arrastra consigo restos que son esenciales para otros organismos. Pero al dejar pasar el agua, las esponjas se exponen a partículas indeseables como granos de arena o, hoy en día, microplásticos.
Entre varios mecanismos de protección, la esponja ha desarrollado la capacidad de contraer de forma sincronizada sus células, modificando rápidamente su volumen corporal y expulsando así el agua de su cuerpo con mayor eficacia. Y es esta capacidad la que pueden poner en peligro los microplásticos.
Aunque sabemos de su presencia en los océanos, el estudio de los impactos de los microplásticos en los organismos es relativamente nuevo. Hace sólo 15 años que la ciencia empezó a interesarse por comprender esta cuestión y las primeras pruebas de su ingestión y los consiguientes cambios en la salud de los animales marinos se dieron en organismos con un importante valor económico, como los mejillones, las ostras y los peces. Después de todo, ¿quién querría comer alimentos contaminados por microplásticos?
Sin embargo, empezó a surgir una segunda vertiente de estos estudios cuando los resultados mostraron que los grandes animales de la parte superior de la cadena alimentaria marina, como ballenas y delfines, estaban contaminados con ftalatos, una sustancia química utilizada en la producción de plástico para hacerlo más........