Por qué el poder nos transforma

Decía Confucio: “Si quieres conocer una persona, dale poder”. También el presidente estadounidense Abraham Lincoln dijo algo parecido, muchos años después: “Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”. ¿Nos cambia realmente el poder? Y si lo hace, ¿en qué sentido, para bien o para mal?

El poder, desde tiempos inmemoriales, ha sido un factor determinante en la conducta humana. Nos encontramos en múltiples ocasiones con ejemplos de figuras que, al alcanzar posiciones de influencia, experimentan cambios significativos en su manera de actuar, pensar y relacionarse con los demás. Desde Nelson Mandela (paz y justicia social) a Mahatma Ghandi (derechos civiles y libertad), Hitler (régimen totalitario expansionista) o Napoleón (expansión de su imperio en Europa). Todos fueron cambiando con la experiencia del poder.

Pero, ¿por qué transforma a las personas? ¿Es intrínsecamente corruptor, o tiene la capacidad de potenciar tanto lo mejor como lo peor de cada uno?

Históricamente, se ha dicho que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” (Lord Acton, 1887). Este conocido aforismo refleja la percepción general de que el poder, especialmente cuando no encuentra límites, puede hacer que las personas olviden sus valores y principios.

Sin embargo, la realidad es más compleja y el poder, si bien puede corromper, también puede amplificar las virtudes positivas en aquellos que saben gestionarlo correctamente.

Uno de los ejemplos más ilustrativos del impacto negativo del poder se encuentra en el conocido experimento........

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