Tenemos un acento, hablamos un dialecto

Mucha gente suele creer que hay una sola manera de hablar bien una lengua y, sobre todo, de pronunciarla: la que coincide con la norma social dominante y tiene mayor semejanza con lo escrito. En el caso del español, se tiende a identificar con el habla de Castilla, del centro y norte peninsular, considerada como prestigiosa y referente de los medios de comunicación y en el discurso público.

De tal planteamiento se deriva el prejuicio de que existen acentos y dialectos divergentes que son modalidades lingüísticas “inferiores” o formas de hablar incorrectas.

El Diccionario de la Lengua Española, al definir “acento” en sus acepciones cuarta y quinta, se centra en el aspecto fonético, rítmico, entonativo y melódico del habla. Es decir, en sus cualidades acústicas, a las que apuntan los sinónimos incluidos (deje, dejo, entonación, tono, tonillo, tonada, cantadito, cantito). Y define “dialecto”, en su primera acepción, como “variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de lengua”. Si bien propone como sinónimos lengua, habla y variedad, tal definición incide en connotarlo como habla inferior (asociada con frecuencia a lo rural, arcaico o vulgar) al no gozar de reconocimiento oficial.

Pero la ciencia lingüística actual no lo enjuicia de manera negativa. Es más, lo hace equivalente a denominaciones como “variedad” o “modalidad lingüística” en tanto manera comunitaria de hablar una lengua, en particular, con enfoque geográfico.

Acento y dialecto son técnicamente discernibles, aunque popularmente se consideran parecidos (“tiene deje o acento andaluz”, “habla con dialecto canario”). Lo que tiene sentido, porque lo primero que se percibe es la pronunciación, el modo de entonar las frases y su ritmo, más marcados en unos dialectos que en otros. Pero el dialecto incluye, además de la dicción, otros aspectos: vocabulario........

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