La putinización de Nicolás Maduro, por Fernando Mires

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No era un gran orador, no movía multitudes, no dejó una gran obra ni filosófica ni política. ¿Por qué lo asesinaron entonces? Evidentemente, era peligroso para el poder de Putin. Pero ¿por qué un hombre tan pacífico, una persona que no tenía ningún comando armado detrás de sí, uno sin ninguna vinculación con el ejército (como Prigozhin, por ejemplo), un simple y consecuente opositor como hay varios en Rusia, podía ser tan peligroso como para haberlo intentado asesinar dos veces, la segunda con macabro éxito? Para responder a esta pregunta, necesitamos saber cuáles eran los objetivos políticos de Navalni. En este punto, no hay que elucubrar demasiado.

Navalni, dicho de modo simple, tenía en mira dos objetivos. El primero, la lucha en contra de la corrupción. El segundo, una propuesta de participación electoral adaptada a las condiciones rusas usando el, por él mismo llamado, voto inteligente (votar a favor de un candidato con posibilidades pero que no fuera putinista). Esos objetivos de denuncia: corrupción en, y desde el poder, y dominación del sistema electoral, son dos piedras basales del sistema de dominación impuesto por Putin en Rusia, sistema extendido hacia diversos países de formación política precaria, entre ellos dos latinoamericanos: Nicaragua y Venezuela, ambos, junto a Cuba, aliados internacionales de la Rusia de Putin.

«El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente». La frase atribuida a Lord Acton parece ser cierta en diversos países poscomunistas, pero también en formaciones políticas aparecidas después de la Guerra Fría en países donde la democracia constitucional carece de raíces profundas. La lucha en contra de la corrupción, en la perspectiva de Navalni, no era moral ni moralista, sino en contra de una característica propia a todos los gobiernos unipersonales como el de Putin. Pues corrupción, personalismo, y dictadura son tres instancias distintas, y –esto fue lo que logró captar el opositor mártir– representadas en un solo dictador: Putin, el vengador de la caída del antiguo imperio ruso.

El colapso del imperio dirigido por la URSS, eso lo podemos saber recién ahora, dejó como sucesión dos grupos de países. A un lado los que abrazaron el ideal democrático occidental, sobre todo en Europa Central y del Este. Al otro, los que revivieron las tradiciones autoritarias del comunismo, aunque adoptando ciertas formas democráticas (sobre todo electorales), pero subordinadas a la dominación de un orden antidemocrático. En Asia Central, en la región del Cáucaso, y después en Latinoamérica, han aparecido gobiernos en donde las formas dictatoriales de dominación subordinan a las democráticas, sin exterminarlas, pero sí, poniéndolas a su servicio. Son las autocracias electorales de nuestro tiempo. Sobre ese tema nos hemos referido en otros textos.

En un comienzo, recordemos, Rusia y Ucrania navegaban juntas entre dos aguas: la del pasado antidemocrático y las del futuro democrático. Las posibilidades de democratización en la Rusia de Gorbachov y sobre todo en la de Yeltsin, e incluso durante el primer gobierno Putin, parecían ser más que promisorias. Lo mismo sucedía en Ucrania desde la declaración de independencia (1991). Pero como sabemos, en Rusia las contraolas autocráticas del pasado –sobre todo a partir de las guerras neocoloniales que tuvieron lugar en Georgia y Chechenia, y después en la lejana Siria– lograron imponerse por sobre las de la democratización........

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