El ser, el siendo y el no-ser, por Fernando Mires

«Sola en una vieja casa de la costa noruega, Signe mira por la ventana y se ve a sí misma veinte años atrás, mientras espera el regreso de su marido, Asle, durante una terrible tarde de finales de noviembre en la que él se subió a su bote de remos para no regresar».

Con esta escueta frase, la editorial de la breve novela de Jon Fosse «Ales junto a la hoguera», nos cuenta el argumento.

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Sin embargo, el argumento de una narración no es la narración. Un argumento puede ser banal pero a la vez magistralmente bien escrito, como también un argumento atractivo puede ser muy mal escrito. La narración de Fosse pertenece sin duda a la primera categoría. Signe, en verdad, no solo espera a su marido perdido en el mar y en el tiempo, además se ve a sí misma esperando al amor de su vida, cuando recordando, va resucitando los momentos en que ambos, muy jóvenes, se conocieron.

Una historia que vive en los recuerdos de pronto convertidos en el deseo de volver a estar-siendo en lo que hubo. Una historia de compartido amor que trasciende en los recuerdos hacia su tiempo y hacia un espacio, siendo recreados no solo los recuerdos, también los fantasmas de los seres que antecedieron a Ales en esa casa, desde los tatarabuelos hasta la puerta donde Signe espera el regreso del hombre que nunca vuelve pero siempre está.

En su novela Ales frente a la Hoguera, como en muchas de Fosse, el pasado interfiere al presente y a la inversa, el presente regresa a sus orígenes: al comienzo de lo que se es, cuando aún no existíamos como cuerpos o cuando ya potencialmente habitábamos en otros cuerpos que no son los nuestros del mismo modo como Ales habita en el cuerpo de Signe, lo que quiere decir que Ales nunca se ha ido del todo. Ales vive en Signe, la que con su amor lo espera día y día, noche y noche.

Nunca somos los mismos y al mismo tiempo lo somos. Nuestro ser, quisiera decirnos tal vez Fosse, ese escritor tan religioso que por momentos se vuelve ateo, es lo que hemos llegado a ser, no solo en lo que vivimos, sino también en lo que recordamos.

Pensar sin recordar puede ser posible durante algunos minutos, pero, como enseñaba San Agustín, sin la memoria no somos. El ser es un ser en el tiempo, escribió Heidegger, seguramente recordando al santo. Y ese tiempo no solo es el nuestro; puede ser también la suma y síntesis de todos los tiempos, concentrados en uno. Nadie es únicamente sí mismo. Los objetos, las cosas, las casas, suelen precedernos y continuarnos con sus historias. La casa de Signe que fue habitada «primero con su madre y su padre y sus hermanos (de Ales), y es una casa vieja y bonita, y como de vieja es, eso no lo sabe nadie, pero vieja es, y debe llevar siglos en el mismo lugar donde está ahora».

Allí, en esa casa vieja y bonita vive ahora Signe, esperando y esperando. Pensando y pensando. A veces piensa en tiempo condicional. ¿Y si Ales no hubiese salido con su bote hacia el fiordo? ¿Qué es lo que lo atraía? ¿La oscuridad? ¿Qué es lo que buscaba en la oscuridad. ¿Una luz? Tu no quieres estar conmigo por eso vas al fiordo en esta noche oscura y lluviosa, le dijo ella a él, coqueteando, a su manera. No; es lo que más quiero, respondió Ales. Pero de todas maneras voy al fiordo. La noche lo llamaba. ¿Lo noche? ¿No sería esa noche la no-vida, la del no ser? Y si no hubiera ido al mar, Ales, con su melena oscura y sus piernas cortas todavía estaría vivo en esta vida, caminando por el Camino Largo o por el Camino Corto que dan desde el muelle a la casa. Éramos el uno como el otro, piensa Signe. ¿Por qué tenía que ir esa noche al fiordo si éramos el uno como el otro?, piensa Signe: uno para el otro, inseparables «como si la voluntad no existiera». A su manera tan sencilla, Signe ha descubierto a la inquebrantable fuerza del destino,........

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