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La democracia que viene

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20.12.2025

Una de las tesis centrales de mi libro Silos, celos y círculos íntimos es que México no podrá resolver sus grandes desafíos sin una renovación profunda de su cultura política. No hablo solo de instituciones, leyes o reformas administrativas. Hablo de algo más elemental: la relación que tenemos con la democracia, con la participación pública, con la idea misma de lo colectivo. Y entre todos los actores que están redefiniendo esa relación, uno destaca con particular fuerza: los jóvenes.

El futuro de la democracia mexicana no puede entenderse sin las nuevas generaciones. No es una frase hecha, ni un homenaje fácil al potencial juvenil. Es una constatación empírica: la estructura demográfica, los patrones de participación, los hábitos tecnológicos y la percepción social del poder están cambiando rápidamente. Y esos cambios obligan a replantear cómo se gobierna, cómo se comunica y cómo se construye legitimidad en el siglo XXI.

Una de las paradojas más inquietantes de nuestro tiempo es que los jóvenes son, simultáneamente, el grupo más informado y el más desencantado de la democracia. No se trata de apatía, sino de exigencia. Como señala Pippa Norris, en su análisis sobre el “déficit democrático”, las nuevas generaciones no rechazan la democracia; rechazan su versión degradada: lenta, opaca, capturada por intereses y sin mecanismos reales de escucha.

Los datos lo confirman. Desde el Latinobarómetro hasta el Pew Research Center, documentan un fenómeno creciente: los jóvenes creen en la democracia como valor, pero no creen en las instituciones que deberían representarla. La promesa democrática se siente incumplida. La distancia entre el discurso público y la realidad cotidiana —desigualdad, informalidad,........

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