Es claro y perceptible para la gran mayoría de los colombianos que la estupidez se ha apoderado de una gran parte del Gobierno y embarga a una parte sustantiva de la opinión pública.

El adjetivo “estúpido”, según la Real Academia, en su primera acepción señala: “Necio, falto de inteligencia”. Y del necio nos entrega la Academia tres iluminantes definiciones:

“1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber.

2. adj. Falto de inteligencia o de razón.

3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice.”

No me digan que, entre estos dos adjetivos, estúpido y necio, no se resume perfectamente gran parte del devenir nacional bajo la monarquía de Petro y la pasmosa pasividad del Congreso, la prensa, los comentaristas y los ciudadanos que oyen a diario la estupidez y la necedad en sus declaraciones y propuestas.

Algunos dirán ¡tan grosero!, ¡polarizante! Otros, que antes también primaba la estupidez. ¡Es cierto! Petro y sus obispos no tienen, ni mucho menos, el monopolio de la estupidez y, claro, podría yo usar eufemismos para describir lo que tan castizamente se ha definido.

Pero nadie me puede negar que vivimos una nueva epidemia de estupidez que se expande desde la cúpula del ejecutivo a alta velocidad y tiene variantes de tinte religioso extremista y veleidoso.

En efecto, a la manera de la reciente pandemia, creo que la sociedad colombiana se ha contagiado de un nuevo y peligroso virus: ENCR-22 (Estupidez y necedad colombiana y religiosa 2022).

¿Por qué la referencia al comportamiento religioso? Bueno, porque una gran parte de las propuestas que a diario nos comentan el presidente, sus ministros y los del Sanedrín no derivan de un conocimiento certero de los problemas nacionales, de un diagnóstico preciso y sincero y de una formulación de soluciones razonadas, viables y legales.

Casi todo lo que Petro musita a diario está teñido, por el contrario, de la creencia irracional, de relatos fantasiosos y mitológicos y desplegado con un fanatismo ciego y sectario y ajeno a la evidencia.

No tengo problema con las creencias y los actos de fe. Pero en la política, el buen gobierno, la construcción social y la economía no caben los actos de fe ni extremismos religiosos.

Dirán: ¡de malas! Que quien le manda perder las elecciones. El ganador se lleva todo y tiene el derecho de imponer sus creencias, así sean irracionales, y solo lo limitan los derechos y garantías de los ciudadanos. Y si el Congreso no reconoce la estupidez y se deja comprar con burocracia y contratos, culpa de los que votaron por él.

¡De malas! Pero podemos evidenciar las inconsistencias groseras y las mitologías con las que Petro nos llevará al abismo.

Reemplazaremos 17.000 millones de dólares de exportaciones petroleras con turistas. A octubre de 2022, después de una espectacular recuperación, entraron al país 3,5 millones de turistas extranjeros y generaron 5.260 millones de dólares. Un gasto promedio de 1.500 dólares por visitante. Recordemos que para migración 700.000 venezolanos que habían ingresado a esa fecha son turistas ¡jajajajaja! Entonces, Colombia tendría, grosso modo, que traer a 11,3 millones de turistas ADICIONALES a los 4 o 5 millones actuales para evitar que nuestra balanza comercial se reviente, el déficit de cuenta corriente nos aplaste y la economía se derrumbe: ¿Dónde los ponemos a dormir? ¿Qué los ponemos a hacer? Obviamente, sin tocar el problemita de tener que importar todos nuestros combustibles fósiles, con lo cual volveríamos a quedar en déficit cambiario y comercial.

Dejar de ajustar los peajes. ¡Qué popular y estúpida idea! No es solo el efecto perverso de quebrar a los concesionarios o suscitar el decaimiento de la infraestructura que en la mente mágica de la izquierda se mantiene sola. El costo real de la estupidez es la brutal inseguridad jurídica que deriva del tropical anuncio, los pleitos por venir, la ausencia de fuentes fiscales para pagarle la diferencia a los concesionarios, el traslado de la carga del uso a toda la sociedad y la introducción de la valorización en suelo rural que se volverá urbano.

Eliminar las EPS, que dizque no sirven para nada y reemplazar su articulación de redes, el control del costo médico, la coordinación de acceso, las rutas terapéuticas, la dispensación por contratos firmados por secretarios de salud municipales y gerentes de los hospitales de la red pública y unos gestores en los pueblos para que coordinen el acceso a la salud.

O saquemos libres a los grandes capos del narco, a los corruptos y a los líderes de las guerrillas, retiremos o guardemos a la tropa y la policía, no erradiquemos más la coca, entreguemos a la guerrilla varios departamentos y soltemos en el día a todos los delincuentes comunes que seguro así estarán más colombianos en paz, seguros y tranquilos.

¿Oh estupidez, cuanto nos costarás?

QOSHE - Estupidez, cuánto valés - Enrique Gómez
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Estupidez, cuánto valés

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23.01.2023

Es claro y perceptible para la gran mayoría de los colombianos que la estupidez se ha apoderado de una gran parte del Gobierno y embarga a una parte sustantiva de la opinión pública.

El adjetivo “estúpido”, según la Real Academia, en su primera acepción señala: “Necio, falto de inteligencia”. Y del necio nos entrega la Academia tres iluminantes definiciones:

“1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber.

2. adj. Falto de inteligencia o de razón.

3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice.”

No me digan que, entre estos dos adjetivos, estúpido y necio, no se resume perfectamente gran parte del devenir nacional bajo la monarquía de Petro y la pasmosa pasividad del Congreso, la prensa, los comentaristas y los ciudadanos que oyen a diario la estupidez y la necedad en sus declaraciones y propuestas.

Algunos dirán ¡tan grosero!, ¡polarizante! Otros, que antes también primaba la estupidez. ¡Es cierto! Petro y sus obispos no tienen, ni mucho menos, el monopolio de la estupidez y, claro, podría yo usar eufemismos para describir lo que tan castizamente se ha definido.

Pero nadie me puede negar que vivimos una nueva epidemia de........

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