Dos cosas hay que nuestro ego subestima o insiste en negar: una es que somos cavernícolas con teléfonos inteligentes. Nuestras predisposiciones más primitivas, y otras no tanto, condicionan nuestra conducta. Sobre todo cuando se trata de conductas sociales (como elecciones presidenciales), las cuales están cruzadas por sentimientos básicos como el miedo y el deseo. La otra es que la historia no ha cambiado tanto como la imaginamos. Juzgamos apariencias, como las diferencias entre una carreta y un automóvil sin conductor; no el fondo de la historia. Juzgamos períodos como el feudalismo, el capitalismo, la esclavitud y las democracias liberales como especies animales diferentes, cuando unas son la continuación de las otras por distintos medios. No volveré sobre algo que ya exploramos en Moscas en la telaraña, pero veamos otras de estas continuidades subterráneas.
El capitalismo terminó con el feudalismo legal pero no con el feudalismo económico, que es el que realmente importa. Los señores feudales vieron con recelo el creciente poder de los reyes, antecedentes de los Estados modernos, y no dudaron en responder. Descargaron su poder descentralizado limitando el poder centralizado del Estado, excepto en el monopolio de la fuerza militar y de la represión policial. Los señores feudales se convirtieron en las poderosas corporaciones, como la East India Company y todas las compañías privadas que extendieron este poder allende los mares, convirtiéndose en una nueva y poderosa forma de imperialismo. Todo en nombre de la libertad, es decir, de la libertad de unos pocos para mandar a unos muchos sin las restricciones de ningún gobierno que pudiese limitar la libertad de empresa.
Los señores feudales se convirtieron en los liberales. No sólo secuestraron el poder de los capitales de las naciones imperiales, sino también banderas populares como la libertad y la democracia. Las mismas banderas que sostuvieron........