¿Tiene sentido celebrar la ONU y su Declaración de Derechos 80 años después? |
Tal vez, en este 80 aniversario, el gesto más honesto no sea felicitar a la ONU ni a la Declaración, sino algo más parecido a lo que hacemos con ciertas fechas incómodas: guardar memoria de una utopía concreta —la de que la fuerza del derecho pueda limitar el derecho de la fuerza— precisamente cuando más lejos parece de cumplirse
La ONU cumple 80 años y la Declaración Universal de Derechos Humanos, que se conmemoró el pasado 10 de diciembre en su día internacional, 77 años. Pero, para muchos, más bien estamos celebrando algo parecido a las ruinas de un multilateralismo que ya no existe. Surgieron en una posguerra que quería dejar atrás para siempre una mezcla irrepetible de horrores, postulando un impulso igualitarista y la confianza en el progreso, tratando así de articular un multilateralismo activo, capaz de domesticar el uso de la fuerza bruta. Hoy el contexto es casi el inverso: emergencia climática, cambio tecnológico acelerado, competición geopolítica descarnada y un autoritarismo que ya no se siente obligado ni a disimular.
La ONU nació con poco más de 50 Estados y un Consejo de Seguridad diseñado como directorio de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, con derecho de veto como peaje para que aceptaran un mínimo de gobierno por reglas comunes. Ocho décadas y casi 200 miembros después, ese diseño se ha vuelto el símbolo de su anacronismo: África con 54 países y ningún asiento permanente, América Latina y gran parte de Asia infrarrepresentadas y un “Directorio a 5” que bloquea o vacía de contenido cualquier decisión que roce sus intereses vitales. El resultado es visible Ucrania, Gaza, Siria, Yemen o Myanmar son solo los casos más recientes de una cadena de crisis en las que el Consejo aparece paralizado o utilizado selectivamente, alimentando la idea de que es un órgano “basado en el poder más que en las normas” y que sus resoluciones, cuando molestan, son prescindibles. No es que falten propuestas de reforma; lo que falta es un acuerdo entre quienes tendrían que renunciar a privilegios que consideran irrenunciables.
La tentación, desde una mirada desencantada y escéptica, es dar por amortizada a la ONU y encogerse de hombros ante un decorado de multilateralismo que resulta cada vez más irrelevante. Pero conviene hacerse una pregunta incómoda: ¿qué hay más allá de ese fracaso? Cuando Estados Unidos o Rusia y otras potencias bloquean cualquier respuesta a las agresiones que ellos mismos u........