Antifascismo: la lucha social no es terrorismo

1.- FACTOR SUBJETIVO

2.- FASCISMO

3.- ANTIFASCISMO

4.- NAZISMO

5.- LA MADRE Y LA OBEDIENCIA

6.- FASCISMO YANQUI

7.- LUCHA ANTIFASCISTA

Leamos:

«Cuando los trabajadores que pasan hambre, dados sus bajos salarios, hacen una huelga, su acción se deriva directamente de su situación económica. Lo mismo ocurre en el caso del hambriento que roba. Para explicar el robo por el hambre o la huelga por la explotación, no se necesita una explicación psicológica suplementaria. En ambos casos la ideología y la acción corresponden a la presión económica; situación económica e ideología se corresponden. La psicología burguesa tiene por costumbre en estos casos el querer explicar medíante la psicología por qué motivos, llamados irracionales, se ha ido a la huelga o se ha robado, lo que conduce siempre a explicaciones reaccionarias. Para la psicología materialista dialéctica la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o que el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga.»1

¿Cuáles son los factores que hacen que la velocidad de crecimiento de las movilizaciones antifascistas sea todavía relativamente lenta, con la que está cayendo? ¿Por qué hay aún sectores obreros y populares que todavía no dan el paso en implicarse activamente en la solidaridad con los y las antifascistas y revolucionarias golpeadas por la represión?2 ¿Por qué estas preguntas de W. Reich siguen siendo tan actuales como lo eran en 1933? La lucha contra el irracionalismo es una seña de identidad marxista, y en lo que toca al fascismo adquiere un determinante contenido político tras la derrota de las revoluciones de 1848-49, introduciendo el concepto tan debatido de bonapartismo porque, para muchos, inicia la crítica rigurosa del proceso evolutivo al fascismo de los años ’30 y ’40, y a sus expresiones actuales. El bonapartismo es tan debatido porque se le descontextualiza y de la aplica dogmática y mecánicamente sin tener en cuenta los cambios en el capitalismo mundial y en las sociedades concretas, como la venezolana3. En 1852 Marx escribió:

«La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritu del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena del historia universal […] La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a los muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido; aquí, el contenido desborda la frase»4.

En determinadas condiciones, algunas o muchas de las veneraciones supersticiosas del pasado renacen en el fascismo, pero también en las cadenas mentales que hacen que las clases explotadas, sin ser fascistas, sean autoritarias o simplemente «demócratas» que se niegan a defender los derechos de los y las antifascistas, de las palestinas, de las huelguistas y mujeres machacadas, de la población de las Repúblicas Populares del Donbass sometida a los bombardeos terroristas de la OTAN ucronazi. Iremos viendo cómo el contradictorio «factor subjetivo», con su componente reaccionario, presiona contra la solidaridad entre explotados y explotadas. Empecemos leyendo a A. Martínez Serna: « Ser psicoanalista es ser militante de la libertad. Quien no haya entendido esto, es que no ha leído a Freud. […] Por eso consideramos más que oportuna una relación dialéctica entre Marx y Freud. Y ahora diremos la frase inversa de hace rato: “Ningún Marx sin Freud”»5, ya que «Freud hace dialéctica sin saberlo»6.

Pero antes que nada y a la espera de más profundizaciones, intentemos definir qué es el fascismo. ¿Es cierto que hay «mil y una»7 definiciones de fascismo? Tal vez más, pero esta necesidad de disponer de una teoría básica sólo puede asentarse en un mínimo conocimiento de la historia del antifascismo8 desde sus propios inicios, para descubrir que si hay algo permanente en ella es que «el hilo común del fascismo, del pasado y del presente, es el asesinato en masa»9. Pese a las iniciales limitaciones sobre qué era el fascismo en sus comienzos, el antifascismo comunista10 empezó a acumular una heroica experiencia histórica de lucha, sin la cual ahora estaríamos a ciegas o peor aún, ahora el fascismo sería mucho más fuerte.

Aunque por fascismo estricto se debe entender la dictadura impuesta en 1923 por las fuerzas reaccionarias dirigidas por Mussolini con el apoyo de la burguesía italiana y la admiración del imperialismo, sobre todo del británico; aunque por nazismo debemos entender la dictadura de Hitler, siendo así, no es menos cierto que estos y otros movimientos contrarrevolucionarios hunden parte de sus raíces en ideologías criminales previas como la influencia del racismo yanqui en el nazismo11. Este mismo autor ha demostrado en otro texto más extenso que el nazismo es el «heredero del “pathos” exaltado de Occidente»12. Por su parte, la cultura burguesa francesa quiere ocultar que el «fascismo preindustrial»13, el bonapartismo, apareció por primera vez en su Estado, y desde entonces se ha mantenido sumergiéndose y emergiendo al son de las contradicciones sociales.

El bonapartismo, el cesarismo, el elitismo, el fascismo…, todos ellos movimientos psicopolíticos que se refuerzan en períodos de desconcierto, ofuscación y miedo tienen por ello mismo conexiones con la estructura psíquica alienada dominante en su época y contexto. Desde finales del siglo XX la crisis capitalista refuerza y adapta una de esas respuestas tradicionales: la creencia de que el mundo se mueve no por la unidad y lucha de sus contrarios sino por las maniobras conspiradoras14 de élites minúsculas.

Ahora bien, siendo estas fuerzas psicopolíticas realidades materiales objetivas por cuanto actúan en la lucha de clases, sin embargo dependen en buena medida de la astucia manipuladora de los partidos burgueses que a su vez sí dependen del grado de antagonismo de la lucha de clases. Marx indica que: «La tradición histórica hizo nacer en el campesinado francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le devolvería todo el esplendor»15. Un Bonaparte que intentaba ganar popularidad con «propuestas puerilmente necias»16 pero sobre todo hacerse con el poder utilizando todos los recursos posibles, incluidas sectas militarizadas formadas por la escoria y el lumpen, intelectualillos, artesanos desesperados, cínicos pequeño-burgueses, etc. Marx describe con tal brillo estético el bonapartismo que ha quedado registrado en los anales de la buena literatura sobre todo viendo el desarrollo del protofascismo y fascismo.

Veremos que los programas político-electorales fascistas serán «propuestas puerilmente necias» para embaucar. Estos premonitores análisis del bonapartismo tal cual irrumpió en la mitad del siglo XIX se enriquecieron posteriormente conforme el proletariado se va constituyendo como clase internacional que busca destruir a la burguesía, lo que hace que la respuesta bonapartista también se internacionalice en respuesta al peligro de la Comuna de París de 1871. Según M. Pastor, entre 1872 y 1875 Engels resume cuatro características del bonapartismo: 1) Equilibrio entre burguesía y proletariado. 2) El poder político lo ostenta una casta o élite militar-burocrática. 3) Independencia o autonomía de dicha casta o élite. Y 4) Independencia aparente del Estado respecto a la sociedad17.

En estos estudios Engels insinúa un concepto que será muy efectivo para comprender el fascismo posterior: «bloque en el poder», es decir, un concepto más rico y concreto que el general de «clase social», porque es un grupo o bloque formado por el conjunto de fuerzas sociales, facciones de clase, grupos llamados «subalternos», etc., que pueden llegar al poder bajo unas condiciones precisas encargándose de tareas que en esos momentos las clases dominantes no tienen la fuerza suficiente para imponerlas al proletariado. También Engels indica que el bonapartismo era el recurso de las burguesías débiles que querían acabar con los vestigios tardo-feudales, por lo que deja que sea el «bloque en el poder» el que lo haga porque tiene más miedo al proletariado que al bonapartismo18.

Como todo concepto, el de «bloque en el poder» ha de ser contextualizado debido al permanente movimiento de la lucha de clases durante el proceso de fascistización, cuyas tres fases son resumidas así por Manuel Pastor:

Veremos cómo la lucha de clases y de liberación nacional, en cuanto expresión de las contradicciones del capital, van introduciendo cambios en esta evolución teorizada hace medio siglo. Mientras tanto, seguimos con la que tal vez sea la mejor y sucinta descripción de lo que es el fascismo según estas palabras de Mussolini que recoge Lukács en un libro al que volveremos: « Hemos creado nuestro mito. El mito es una fe, una pasión. No es necesario que sea una realidad. Lo que le infunde realidad es el hecho de que estimula la fe e inculca valor»20. Según A. Tasca, Mussolini, que «siente frente al pensamiento una especie de desconfianza y de incomodidad que le hace acogerse a todo aquello que legitima la irracionalidad y la incoherencia»21, adquirió su ideología «a través de lecturas de tercera mano», lo que unido a su demagogia le permitía «mantener la situación en un estado de paroxismo»22. La demagogia y el culto a la acción ciega disimulaban la ausencia de un programa coherente lo que facilitaba que se integrasen en el fascismo diversos colectivos de derechas e intelectuales de prestigio, así como franjas juveniles de la mediana y pequeña burguesía23 que no tenían ningún problema para aceptar un programa «vago, ambiguo y multiforme»24. No es de extrañar entonces que Mussolini tuviera admiradores internacionales como el genocida Winston Churchill que lo defendió incluso tras su ejecución25 por las masas insurrectas en 1943.

En la «etapa informativa» es muy importante que la extrema derecha muestre firmeza y contundencia en la acción, porque así aglutina sectores reaccionarios desmoralizados o iracundos, también demuestra a la burguesía que sólo ella, la extrema derecha, puede resolver la crisis gracias a su fuerza y a sus relaciones con los sectores más intransigentes del ejército. Desde 1918-19 grupos armados alemanes e italianos, y en menor medida en otros Estados, contando con el apoyo estatal reprimían con dureza a reformistas e izquierdas pacifistas en su gran mayoría. En agosto de 1919, el fascismo publicó el Manifiesto Antibolchevique que empezaba y terminaba así: «Todo bolchevique es enemigo de Italia […] Llevaremos a cabo una lucha sin tregua contra todos los bolcheviques»26.

Cuando a finales de 1919 comenzó la oleada prerrevolucionaria de los consejos de fábrica en el norte industrializado y de las comunas campesinas en el sur, el fanatismo antibolchevique apareció como el salvador de la Italia burguesa. El proletariado italiano luchó más que el alemán unos años más tarde, pero los partidos y sindicatos «esperaron la protección del Estado y no supieron coordinar los movimientos de resistencia espontánea para convertirlos en un esfuerzo nacional»27. Así, desde septiembre de 1920 el reformismo mayoritario en el movimiento obrero, empezó a liquidar los consejos de fábricas tras obtener una serie de promesas de la patronal sobre subidas salariales, etc., al igual que con las luchas campesinas, promesas olvidadas al instante. El gran error estratégico del reformismo fue la firma del «pacto de pacificación»28 con los fascistas el 2 de agosto de 1921, incumplido por estos desde el primer segundo.

La desmoralización de gran parte de las clases trabajadoras empezó a ser incontenible pese al rápido giro hacia un radicalismo aparente de los reformistas desde el 15 de octubre de ese año, que no sirvió de nada porque las bases proletarias no estaban mentalizadas política ni éticamente para responder con la violencia justa a la violencia injusta de los fascistas que entre el 1 de enero y el 14 de mayo de 1921 asesinaron a 207 obreros e hirieron a otros 81929. La gran burguesía se fue convenciendo mediante asesinatos y demagogia que el fascismo era su salvación lo que le llevó a aportar el 74% de los fondos del partido siendo recompensada con el aplastamiento de sindicatos y duros recortes salariales entre 1927 y 193430, para empezar.

Mientras tanto, en la mitad de enero de ese 1921 se fundó el PCI que heredó la ignorancia que la III Internacional tenía aún del fascismo, que lo entendía como un «fenómeno pasajero». Aunque se empezó a investigarlo desde su victoria en 1922, todavía en 1923 sólo Bordiga, Clara Zetkin y pocas personas más habías advertido sobre su peligrosidad. En 1933, con Hitler ya en el poder, la III Internacional seguía subvalorándolo, y todavía en 1935 Dimitrov31 hacía una interpretación exclusivamente economicista y mecanicista, por lo que apenas podía contrarrestar la eficacia del totalitarismo fascista. Tomemos el ejemplo de la educación.

En efecto Mussolini entendía así la educación: «La escuela debe ser cada vez más fascista. No debe creerse nunca que se da a la escuela… Cuando se trata de fascismo, me gustan los excesos… Se dirá tal vez que la geografía y las matemáticas no son políticas por naturaleza… Desde la tarima, algunas palabras, una entonación, una alusión, un juicio o un dato estadista bastan al profesor para crear una duda, para hacer política. Por ello un profesor de matemáticas tiene un papel político y debe ser fascista»32. Para crear esta escuela, el fascismo impuso duras medidas desde 1929-31 también a los profesores universitarios: de 1250 en activo en ese 1931 solo 12 se negaron a fascistizarse. Más concretamente:

«El fascismo basó su estrategia política en una concepción sobre el ser humano que ha sido catalogada por muchos como “irracionalista”: la comprensión de la importancia que tienen las emociones, los fantasmas existentes en el inconsciente colectivo, las necesidades afectivas socialmente reprimidas, en el condicionamiento de la actividad humana. Y hacia esas zonas de la personalidad dirigieron su propaganda. Mientras la propaganda del movimiento comunista se basaba en reflexiones y razonamientos, la propaganda fascista fijó su blanco en las zonas más oscuras de la subjetividad, en la afectividad, en lo anímico […] su rechazo a la cultura, su desprecio a la inteligencia de las personas, y su odio hacia los sectores intelectuales»33.

Viendo esto, interesa recordar la imprescindible diferencia que establecía Bordiga en sus primeros textos al respecto sobre el antifascismo reformista, de pacotilla, y el antifascismo revolucionario porque el primero no atacaba a su raíz, que no es otra que el capital, sino a sus formas externas, mientras lo decisivo es la lucha contra el fascismo revolucionario, el que destruye la forma externa pero sobre todo ataca a su base objetiva, el capitalismo.

Las críticas al antifascismo reformista por parte de Bordiga nos ofrecen lecciones aún válidas para la actual lucha antifascista como lucha meramente democraticista, que no se enfrenta radicalmente al capitalismo, sino que sólo quiere algunas reformas progres compatibles con la propiedad burguesa porque se plantean desde una ideología incluso preburguesa34, ahora florece un antifascismo hipócrita, de conveniencia para progres oportunistas que han copiado el antifascismo de boquilla italiano35 de 2021 que, como se ha visto, no ha detenido el avances fascista en Italia. También florece el apoyo diario y silencioso del «gobierno más democrático» de la historia española tanto en la etapa PSOE-Podemos36 como PSOE-Sumar.

En agosto de 1923 Clara Zetkin publicó en un medio de prensa británico un premonitor artículo sobre el fascismo que en poco tiempo fue «olvidado» por la burocracia de la III Internacional porque rompía con el determinismo economicista que ya dominaba. Además, criticaba sin piedad los errores cometidos por los comunistas y la pasividad socialdemócrata que facilitó, ya entonces, la victoria de Mussolini. Clara Zetkin afirmó:

«Debemos entender que el fascismo es un movimiento de los decepcionados y de aquellos cuya existencia está arruinada. Por lo tanto, debemos esforzarnos para conquistar o neutralizar a aquellas masas que ahora están en el campo fascista. Deseo enfatizar la importancia de que entendamos que debemos luchar ideológicamente por los corazones y mentes de esas masas. […]No nos debemos de limitar a continuar luchando por nuestro programa político y económico. Debemos al mismo tiempo, familiarizar a las masas con los ideales del comunismo como filosofía. […] Debemos adaptar nuestro métodos de trabajo a las nuevas tareas, precisamos hablar con las masas en un lenguaje en el que ellas nos puedan entender, sin perjudicar nuestra ideas.»37

Clara Zetkin planteaba una estrategia antifascista que desbordaba el esquematismo fácil y no sólo entraba en el decisivo cosmos del inconsciente –mentes y corazones—sino además lo hacía exigiendo que se intensificase la lucha por la filosofía comunista, todo ello con una pedagogía efectiva. Nos hacemos una idea del alcance polícromo de la visión de Clara Zetkin al saber que para ella la filosofía comunista era inseparable de la liberación de la mujer y de la juventud, del arte y de la cultura, etc., tema que desborda este texto. Otra razón que explicaría el rápido olvido de su texto puede radicar en la sorda resistencia de la burocracia masculina a las valiosas aportaciones críticas de las comunistas, y en este caso de Clara Zetkin. Basta recordar la excomunión post morten de Rosa Luxemburg, o el trato dado a Nadiedna Krupskaia, o la marginación real de Alexandra Kollontai…

Gramsci no fue engullido por el agujero negro del economicismo al uso, sino que también en 1923 como Clara Zetkin, «escapó de las rígidas clasificaciones» planteando reflexiones muy «originales»38 sobre el papel de la pequeña burguesía en el fascismo, según expone G. Fresu. La versión canónica de la historia elaborada en Moscú en la década de 1980 tuvo que reconocer que Gramsci analizó la intervención de la pequeña burguesía en el fascismo y su poder de control sobre todas las actividades de las masas39

Tal como sostiene M. A. Macciocchi sobre la dura autocrítica que Gramsci pedía al partido por su incapacidad para derrotar al fascismo, carta que por su radical sinceridad crítica fue ocultada deliberadamente hasta 1973:

«Gramsci es quien primeramente analiza el fascismo no sólo en tanto que reacción armada del capitalismo –según el análisis estrecho e ingenuo de la III Internacional– sino que también en tanto que larga lucha superestructural que intenta manipular el inconsciente de las masas, sobre todo de la pequeña burguesía […] Si consideramos que en aquellos momentos el movimiento obrero estaba atrapado por el economicismo, dogmatismo e infantilismo revolucionario, no es de extrañar que esta carta fuera desconocida dada la dureza de su crítica40».

Gramsci estudió cómo la Iglesia poseía mediante la Acción Católica un movimiento de masas reaccionario que era una verdadera «reserva»41 de irracionalidad, que podría poner al servicio del capital y de cualquier partido conservador que hiciera competencia de masas a Mussolini cuando el capital y la Iglesia lo estimasen conveniente. Así se comprende que, en pleno ascenso de Mussolini, en 1924, el Vaticano prohibiera al Partido Popular del que nos hablaba Gramsci, acercarse a los socialistas para impedir que su alianza electoral detuviera el avance del fascismo42. La solución de Mussolini volvió a ser la de la huida hacia adelante: en vez de concretar el programa fascista mediante un debate integrador, en 1925 asumió más poderes personales y para 1927 había depurado el partido de elementos no agradables para la gran burguesía, lo burocratizó aún más e hizo que alrededor del 75% de sus miembros fuera de la mediana y pequeña burguesía, y sólo el 15% de clase obrera y campesina43.

El papa Pacelli actuaba al unísono con su hermano Francesco, quien fuera el cerebro del Concordato con Mussolini en 1929, concordato por el que el Vaticano sacrificó el catolicismo político y social44 que había sido su ancla en las clases explotadas para intentar contener al socialismo y al comunismo. Mediante el Concordato Roma repartió el poder político-religioso y económico, con el fascismo de un modo tan ventajoso que algunos fascistas mostraron su enfado. Dos grandes triunfos del Vaticano fueron: quedarse con la educación y mantener la Acción Católica libre del control fascista45, dos medios de alienación y movilización de masas reaccionarias que serían muy importantes en la lucha anticomunista desde 1944.

Mientras tanto, el fracaso del proyecto de algo parecido a una internacional fascista impulsada desde Roma –«fascismo universal»46— fue debido a que las burguesías que entonces recurrían al fascismo necesitaban vitalmente asegurar su poder estatal interno debido a su debilidad ante otras burguesías pero sobre todo ante sus clases explotadas. De hecho, en el caso italiano, Mussolini veía con mucho recelo el poder alemán y por eso avisó a los Países Bajos de que Hitler les iba a invadir. Los nazis también eran muy conscientes de que a largo plazo sus intereses expansionistas chocarían con los del Japón47 sobre todo en Asia y en Siberia, por lo que la alianza militar en la IIGM respondía a una necesidad inmediata de aplastar a la URSS sobre todo, por no hablar de las relaciones con Franco por las exigencias del segundo para entrar oficialmente en la IIGM. Luego volveremos a este debate tan importante en la actualidad sobre una internacional fascista48.

En las invasiones de Libia y Etiopía, el fascismo utilizó profusamente gas venenoso y campos de exterminio masivo por hambre y enfermedad. Pero una cosa era atacar a pueblos heroicos pero desarmados y otra era la guerra en Europa. El gasto militar italiano hasta 1940 fue relativamente alto para las exigencias de esos años de «paz» pero bien pronto se vio que era la misma estructura económica y burocrática del fascismo la que no podía sostener un esfuerzo algo parecido al que sería necesario en la «guerra total» nazi desde 1942-43. Un informe alemán de 1941 afirmaba que la economía italiana rendía sólo el 23% de su capacidad mientras que la alemana era del 64%49.

El «desconocido» hasta 192550 Hitler escribió Mi lucha durante su encarcelamiento de ocho meses de finales de 1923 a 1924. La primera edición data en 1925 siendo ignorando por la gente, no fue hasta después de........

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