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Coincidencias y discrepancias con Lenin

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16.10.2024

Lenin basó su estrategia antiimperialista en tres diagnósticos: crisis terminal del capitalismo, intensa generalización de guerras entre las principales potencias e inminencia de la revolución socialista.

Todas las orientaciones que propuso de rechazo a la conflagración bélica a través del derrotismo y de gestación de frentes antiimperialistas en la periferia, se asentaron en esa evaluación. El triunfo logrado en Rusia y la conformación de la Unión Soviética afianzaron esa mirada.

Su estrategia antiimperialista fue precisada en las organizaciones de izquierda durante la segunda mitad del siglo XX, en función de los dos grandes cambios registrados en ese período. Por un lado, se conformó un bloque de países divorciados del mercado capitalista (el denominado campo socialista), y por otra parte se consumó la transformación del imperialismo clásico en un sistema imperial.

Esta última modalidad confirmó que el imperialismo persiste como una estructura decisiva para la supervivencia del capitalismo. Es un dispositivo que garantiza el funcionamiento de ese régimen social en varios planos. A nivel económico, opera como un mecanismo de expropiación de los recursos de la periferia por parte de los capitalistas del centro. En la esfera geopolítica, procesa las rivalidades entre potencias enfrentadas por la preeminencia en el mercado mundial. Y en el plano político actúa como instrumento de protección de las clases dominantes (Katz, 2023: 4-9).

El sistema imperial modificó la competencia bélica entre los principales colosos del capitalismo. Las sangrientes confrontaciones entre Francia y Alemania o Japón y Estados Unidos fueron sustituidas por un dispositivo comandado por el Pentágono que resguarda a los poderosos. El gigante norteamericano actúa como centro de un mecanismo estratificado y piramidal, que articula distinto tipo de asociaciones entre la primera potencia y sus socios. Esa configuración opera con normas de pertenencia, coexistencia y exclusión, que definen el rol de cada región en la geopolítica global.

En este escenario se desenvolvió la era clásica del antiimperialismo. El choque de incontables pueblos con sus diversos opresores quedó remodelado, en una resistencia contra el sistema imperial que encabeza Estados Unidos. Esa mutación extendió el antiimperialismo precedente. La histórica batalla en Asia, África, América Latina contra distintos dominadores coloniales se transformó en un combate más centralizado contra la OTAN.

Esa concentración del conflicto explica el gran florecimiento de organismos antiimperialistas a escala regional y mundial. La OLAS, la Tricontinental y Bandung irrumpieron en ese período, para contraponer alianzas continentales contra el circuito de dominación que controla Washington.

Las propuestas de Lenin para empalmar los movimientos de liberación nacional con los proyectos de emancipación social alcanzaron una extraordinaria difusión y fueron adaptadas a las distintas coyunturas de la lucha popular.

EL NUEVO ESCENARIO

En siglo XXI ese amoldamiento del planteo leninista afronta otro contexto. La implosión de la URSS fue sucedida por la desaparición del denominado campo socialista y la consolidación del capitalismo en Rusia, derivó en la nueva centralidad de una potencia acosadora y acosada. Moscú es hostilizada por la OTAN e implementa incursiones externas en su radio de influencia. Por eso actúa como un imperio no hegemónico en gestación. Desenvuelve sus prioridades en conflicto con el sistema imperial, pero con acciones que garantizan por la fuerza la primacía de sus intereses.

China ha quedado situada al igual Rusia fuera del sistema imperial y soporta las mismas agresiones del Pentágono. Pero a diferencia de su par euroasiático no completó la restauración capitalista y soslaya hasta ahora todas las tropelías de una potencia imperialista. No despacha tropas al exterior, evita involucrarse en conflictos militares y mantiene una gran prudencia geopolítica. Con esa estrategia defensiva refuerza sus relaciones de dominación económica con el grueso de la periferia.

Los textos de Lenin continúan aportando los fundamentos teóricos para caracterizar el perfil actual de Rusia y China, si se evita la equivocada evaluación de ese estatus, observando la magnitud del capital financiero, la gravitación de los monopolios o la incidencia de las exportaciones de capital en esas economías.

El lugar de esas potencias en la economía mundial no esclarece su papel como imperio. Ese rol se dilucida evaluando su política exterior, su intervención foránea y sus acciones geopolítico-militares en el tablero global. Este registro permite actualizar la mirada de Lenin, evitando la repetición de sus diagnósticos, en un contexto radicalmente distinto al imperante a principios de la centuria pasada (Katz, 2023:114-120).

En el siglo XXI, el sistema imperial continúa operando bajo el mando norteamericano, pero está seriamente afectado por el retroceso económico de la primera potencia. Aquí radica otro gran cambio sustancial con el período precedente. Las incursiones de Estados Unidos ya no apuntan a consolidar su primacía comercial y productiva, sino a contrarrestar el declive de esos atributos. Washington contrabalancea su declinante competitividad con mayores presiones militares. Pero esa reacción acentúa el problema, al exacerbar los gastos improductivos, perpetuar el protagonismo de los contratistas del Pentágono y agravar las trampas de la hipertrofia militar.

Por el rol insustituible que ejerce en el sistema imperial, Estados Unidos no puede abandonar el enredo autodestructivo de sus acciones. Tan solo afianza el belicismo, protagonizando una interminable secuencia de agresiones en todos los rincones del planeta. El Pentágono es el principal impulsor, responsable y causante de las mayores tragedias de las últimas décadas.

Estados Unidos consumó una desgarradora intervención en el Gran Medio Oriente para manejar el petróleo, doblegar las rebeliones y someter a los rivales. Comandó desde allí el desangre de la Primavera Árabe, facilitó el terrorismo yihadista y perpetró la demolición de cuatro Estados (Irak, Libia, Afganistán y Siria). Con esa arremetida dejó una montaña de cadáveres, sin conseguir ninguno de sus objetivos. Por eso terminó afrontando un serio debilitamiento de su influencia en la zona.

Ahora intenta compensar ese retroceso con el sostén de las masacres que implementa su socio israelí en Gaza. Estados Unidos financia y apuntala la limpieza étnica de los palestinos, para reforzar el control imperial de Medio Oriente, con un obsoleto modelo de anexiones y Apartheid. Las atrocidades del sionismo serían impracticables sin el apoyo económico, militar e ideológico de Washington. Pero el resultado final de ese genocidio es muy incierto, porque amplifica un resentimiento en el mundo árabe que socava la autoridad norteamericana. Esa hostilidad obstruye el acompañamiento de los aliados islámicos en la gran disputa estratégica con China.

Estados Unidos fue también el gestor de la guerra en Ucrania. Intentó sumar a Kiev a la red de misiles de la OTAN que rodea a Rusia, para afectar la estructura defensiva de su rival. Con ese objetivo promovió la revuelta del Maidán, incentivó al nacionalismo contra Moscú y apuntaló la mini guerra de Donbass. Buscó entrampar a su adversario en un conflicto destinado a imponer en Europa la agenda del rearme.

Como Putin invadió el país desconociendo la opinión de los ucranianos, se ha creado una dramática situación que exacerba los sufrimientos populares. Hasta ahora, el belicismo yanqui impuso la regresión de Europa a la pesadilla militarista. Pero las ventajas de ese sometimiento están contrarrestadas por la imposibilidad de doblegar a Rusia. Tampoco en esa parte del mundo las aventuras del Pentágono aportan remedios al declive imperial de Estados Unidos.

OTRO PERFIL ANTIIMPERIALISTA

El antiimperialismo actual preserva muchas características de su antecedente inmediato de posguerra. Los pueblos en la periferia continúan chocando con el enemigo principal, que es la dirigencia estadounidense del sistema imperial. Las principales acciones antiimperialistas se desenvuelven en un sostenido conflicto con la red de militares, embajadas y servidores de Washington. Esa relevancia de Estados Unidos como custodio del régimen capitalista, ilustra un escenario más parecido al siglo XIX que a la centuria posterior. El coloso norteamericano ocupa en la actualidad un lugar semejante al que tenía vieja Rusia zarista, como bastión político de la reacción mundial.

Todas las acciones antiimperialistas confrontan con el dispositivo geopolítico y militar, que Estados Unidos renueva para garantizar la continuidad de la explotación capitalista. Retomando la tradición de Lenin, corresponde desenvolver esa lucha con estrategias, tácticas y programas específicos. La comprensión del contexto económico y de sus áreas críticas tan solo aporta un cimiento de esa evaluación. Es importante captar la dinámica actual del capitalismo digital, financiarizado y precarizador, pero los enigmas del antiimperialismo del siglo XXI se esclarecen en el terreno político.

La triple variedad del nacionalismo que observó Lenin continúa ordenando la clasificación general de los actores políticos de cada país, en el estratificado orden imperial. Los antiguos nacionalismos reaccionarios adoptaron ahora un contestario disfraz de nueva derecha, las viejas expresiones del nacionalismo burgués asumieron un perfil progresista y el nacionalismo revolucionario resurge con nuevas variantes radicales. El tradicional posicionamiento antiimperialista de rechazo, contemporización y convergencia con esos tres alineamientos persiste con la misma tónica del pasado.

También las conquistas de autodeterminación y soberanía nacional -que Lenin convalidaba hace 100 años- se mantienen en la actualidad como logros populares. Pero la descolonización y la consiguiente formación de nuevos países emancipados del tutor imperial han potenciado otras exigencias complementarias del anhelo nacional. Las demandas de igualdad de razas y pueblos originarios ocupan un lugar preeminente. El fin del Apartheid en Sudáfrica y la Constitución Plurinacional de Bolivia ilustran logros de la época actual en ese terreno.

En el plano nacional no solo persisten grandes aspiraciones insatisfechas (Palestina, Kurdistán). También se verificaron dramáticos procesos de desarticulación nacional. La destrucción de Yugoslavia, la fractura de países africanos y la aparición de mini Estados digitados por la OTAN ilustran esa regresión. La cuestión nacional se replantea en esos casos con mayor agudeza que en los años de Lenin.

La novedosa complejidad de estos escenarios obliga a reconsiderar cada caso, con la misma meticulosidad que propiciaba el líder bolchevique. Tan solo esa evaluación permite determinar la conexión o divorcio de esas demandas con una estrategia socialista. La desaparición de la URSS altera significativamente la mirada de esas situaciones, pero la inclusión del parámetro geopolítico no ha desaparecido. Al contrario, es una referencia insoslayable para aportar caracterizaciones en la tradición de Lenin.

El antiimperialismo actual debe considerar, ante todo, la existencia de un escenario sustancialmente alejado de la era revolucionaria que rodeó al líder bolchevique. El contexto de las últimas décadas se ha distanciado, también, de la variable sucesión de victorias o derrotas concatenadas con el desaparecido bloque socialista. En el período en curso se han verificado distintos ciclos de rebeliones en variadas regiones del planeta, pero con dinámicas de revuelta y no de revolución. Las construcciones paralelas al Estado y la generalización del poder popular con desenlaces militares, no han irrumpido con el formato del pasado.

Esta diferencia modifica la forma de abordar el antiimperialismo contemporáneo. La estrategia socialista actual debe tomar en cuenta cómo el neoliberalismo, el constitucionalismo y la regresión de la conciencia socialista han modificado los presupuestos del abordaje leninista.

El líder bolchevique razonaba en un período de tiranías, protagonismo del proletariado y primacía de ideas socialistas entre los trabajadores. Esos datos -que se revitalizaron en la segunda mitad del siglo XX con los triunfos revolucionarios en Asia, África y América Latina- no están presentes en la actualidad. Por esa razón, el antiimperialismo debe ser reformulado con propuestas amoldadas a una nueva era (Katz, 2024b).

La pluripolaridad es una meta que contribuye a ese replanteo. Propone debilitar la dominación imperialista forjando al mismo tiempo los pilares de un futuro poscapitalista. Esa construcción apunta a contrarrestar el sistema que comanda Estados Unidos, denunciando la nueva guerra fría que ha desatado contra Rusia y China. Auspicia, además, senderos que no se limitan a sustituir la unipolaridad capitalista por la multipolaridad capitalista. Propicia un programa radical-revolucionario, tendiente a des mercantilizar los recursos básicos, reducir la jornada de trabajo, nacionalizar los bancos y las plataformas digitales, a fin de crear las bases de una economía más igualitaria (Katz, 2024a: 299-301).

Esta propuesta asigna a la resistencia antiimperialista una centralidad ignorada por la mera promoción de la multipolaridad. Esa última visión auspicia una mayor dispersión del poder mundial, bajo el mandato de muchos gobernantes derechistas que agravan las penurias de los pueblos. No promueve una confrontación con el cimiento capitalista que protege la dominación estadounidense.

La tesis pluripolar objeta la ilusión multipolar de identificar las transformaciones progresistas, como un mero resultado de pulseadas entre potencias o gobiernos. Combina esa dimensión geopolítica con la lucha y el protagonismo de los pueblos. Apuesta a la pujanza de los movimientos de resistencia, observando la mayor variedad actual de los sujetos involucrados en esa acción. Esas modificaciones determinan la mayor heterogeneidad del antiimperialismo actual.

Por las mismas razones que Lenin promovía la liberación nacional en la periferia como un eslabón hacia el socialismo, la pluripolaridad auspicia la soberanía real para apuntalar la construcción de una sociedad poscapitalista. Ese horizonte es el único antídoto para el tormento actual de sufrimientos populares, guerras y destrucción del medio ambiente.

SINGULARIDADES DE AMÉRICA LATINA

La mirada de Lenin es pertinente para desenvolver políticas antiimperialistas en América Latina. La región siempre fue un escenario para esos lineamientos por la gravitación dominante de Estados Unidos. En esta zona, el gigante del Norte ejerce desde hace más de un siglo un control total y sin equivalentes en el resto de mundo.

Reafirmar esa supremacía es actualmente vital para Washington, puesto que, sin exhibir un mando indiscutido sobre su ¨Patio Trasero¨, la primera potencia no puede recuperar predominio a escala global. El punto de partida de ese fortalecimiento es colocar todos los recursos naturales de la zona bajo su directo manejo, bloqueando al mismo tiempo la captura de esos insumos por parte del rival chino. Estados Unidos ha retomado la doctrina Monroe para intentar esa reconquista.

Pero todos los mandatarios de la primera potencia han fracasado hasta ahora en ese propósito. Falló Bush con el ALCA, Obama con el disfraz de las relaciones cordiales, Trump con las amenazas y el proteccionismo y Biden con su combo de ofertas de inversión y exigencias de alineamiento. Ninguno ha podido contrarrestar la creciente presencia de Beijing, que se ha transformado en el gran competidor regional del gigante del Norte, recurriendo a una inédita combinación de audacia económica y astucia geopolítica.

China evita la prepotencia imperial y acumula logros, mediante la reafirmación de su creciente supremacía económica. Las clases dominantes de la región mantienen una gran dependencia política, ideológica y cultural del mandante estadounidense, mientras intensifican los negocios con su rival. La mayoría popular padece, en cambio, los dramáticos efectos de una economía que retrocede, con despilfarro de la renta, obstrucción del desarrollo interno, aumento de la desocupación y la expansión de la desigualdad.

Al igual que en otras regiones, Estados Unidos no logra traducir su control geopolítico-militar de América Latina en réditos económicos. Ese fracaso no altera un dominio ejercido con gran presencia bélica y acotadas intervenciones directas. A diferencia de Irak, Libia o Afganistán, los marines están siempre próximos, pero no desembarcan con invasiones. Mediante el disfraz de una confrontación con el narcotráfico, la DEA infiltra, asocia y condiciona a los ejércitos de la zona, pero sin recurrir a la guerra abierta. El Departamento de Estado no........

© Rebelión


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