No eliminen los OPLES |
La reforma electoral ha vuelto, y con fuerza, al centro del debate público. Desde que la presidenta Claudia Sheinbaum designó una comisión presidencial para elaborar una nueva propuesta de reforma electoral, de sus declaraciones empezaron a perfilarse algunas direcciones: eliminar la representación proporcional, reducir el financiamiento a los partidos y, en general, disminuir el costo de las elecciones. La propuesta aún no se conoce, pero las señales que se han dado son motivo de preocupación.
Mientras el debate público se centra en estos temas más visibles, una amenaza menos comentada —pero no menos grave— pesa (nuevamente) sobre el sistema democrático mexicano: la posible desaparición de los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLES). Pablo Gómez, quien encabeza la comisión presidencial, ha declarado sin rodeos que “la desaparición de los OPLES es muy obvia; nadie puede decir para qué sirven” (El País, 6 de agosto). Esta afirmación refleja un preocupante desconocimiento de la historia electoral del país y de la función estratégica que desempeñan estas instituciones.
Los OPLES no son un lujo prescindible del sistema electoral mexicano: son una de sus bases más sólidas. Desde hace más de 25 años, estas instituciones han sido protagonistas en la construcción de la democracia desde lo local, adaptando los procesos a contextos diversos, desarrollando soluciones técnicas y promoviendo prácticas que luego se han nacionalizado. Su eliminación supondría la pérdida de un capital institucional irremplazable.
Una mirada a la historia demuestra que la democracia mexicana no se construyó desde el centro, sino desde la periferia. La primera victoria opositora fue municipal en Quiroga, Michoacán, en 1947; la primera alternancia estatal ocurrió en Baja California en 1989. Y fueron precisamente los institutos electorales locales los que sirvieron como laboratorios de innovación democrática: el Instituto Electoral de........