La noticia de que el TSJM ha tumbado las malvadas Zonas de Bajas Emisiones ha sido un auténtico “bombazo” —como suele decirse— en la línea de flotación del impresentable Ayuntamiento madrileño, un verdadero “Gabinete Caligari” donde se tortura a gente aborregada que después elige a sus verdugos por mayoría absoluta, mientras Ayusita brama eso de “Comunismo o Libertad”.
Pero toda noticia tiene su parte buena y su parte mala, y más en esta Babilonia, donde absolutamente todo está tan infestado de podredumbre luciferina, que hasta los hechos aparentemente buenos huelen a chamusquina.
Bueno, empezando por la parte buena, creo que es un buen momento para revivir mis batallas en las Termópilas contra la gentuza globalista de los “carmeidas”, para exponer la crónica de la batalla singular que he mantenido durante años, contra las huestes liberticidas, haciendo constar de antemano que todavía mi vehículo no estaba afectado por las restricciones despóticas de la ZBE.
Vivo en las afueras de Madrid, a unos 15 minutos de su centro histórico, por una autovía que no suele presentar problemas de tráfico. Siempre había hecho el recorrido con satisfacción, porque me gusta disfrutar de las calles antiguas de la urbe madrileña.
Pero desde que se implementaron las malvadas Zonas de Bajas Emisiones, allá por octubre de 2018 (en su versión de “Madrid Central”), y luego en su nueva edición de “360” (a cargo del embustero y bailarín Martínez Almeida —quien dijo que, en caso de acceder a la alcaldía quitaría las restricciones—, siempre que viajaba a la capital me entraban ganas de echarme al monte cada vez que omnipresentes anuncios advertían de las restricciones circulatorias. Así es que cuando llegaba a Madrid lo hacía con gesto revirado, con el colmillo retorcido, musitando para mis adentros frases como “Tengo que tirar abajo esta basura” “Me las pagaréis”, “Vais a saber quién soy yo”… fruto de mi indignación y de mi compromiso con las libertades, más que de mi convicción de que un ciudadano como yo —aunque cascarrabias y tocapelotas con los liberticidios— pudiera —cual Sansón— echar abajo las columnas masónicas de Jakin y Boaz bajo las que baila el oso madrileño —que en realidad es una osa, por cierto—.
Fue así como emprendí desde 2021 una contumaz cruzada contra el gueto de las ZBE —que, con sus más de 600 kms² , es la más extensa de Europa, dándose el caso, por ejemplo, que la de París, una capital mucho más grande, solo tiene 105 kms²— preludio de las orwellianas cárceles de las “ciudades de 15 minutos”, sueño húmedo de la casta satánica que conspira por la Agenda 2030. La batalla consistió en una feroz campaña de cartas, solicitudes, preguntas, requerimientos, etc. a los responsables de lo que en la jerga globalista se suele llamar “Movilidad sostenible”. Impasible el gesto, firme el ademán, usé la estrategia recogida en los versos de Fray Luis de León, en su “Oda VII; Profecía del Tajo”: Acude, acorre, vuela, traspasa la alta sierra, ocupa el llano; no perdones la espuela, no des paz a la mano, menea fulminando el hierro insano».
Ha sido una gran batalla, sin duda, pues, nada más mordí la yugular de la ZBE, no solté la presa, sino que, de modo implacable, fui devorando la aorta del gueto al igual que hacen los leones cuando se abalanzan sobre........