«En los Altos del 10»
El pasado día 22 de mayo del año en curso vino desde Algeciras a Madrid un hombre, el cual en el ruedo de la plaza de toros de las Ventas se puso a soñar el toreo. David Galván se llamaba aquel hombre.
A los que nos sentamos allá arriba, en los altos del 10 se nos cayeron las escamas de los ojos, al igual que a San Pablo cuando llegó a Damasco después de su caída y delante de sus ojos, ya limpios, apareció la Verdad. De igual modo nos ocurrió a nosotros aquella tarde. Tarde durante la cual pudimos contemplar desde los altos del 10, la belleza que el toreo es capaz de engendrar. Ritmo en la danza que, fuera del tiempo, la eternidad únicamente puede marcar. Armonía de las formas que, fuera del espacio, solo lo sublime puede componer. Equilibrio en las maneras. Sosiego en los modales y grandeza en el porte. Y todo eso cantando por soleares ante los cuernos de un toro bravo en cuyos pitones la muerte iba sentada, encorajinada y enfadadísima al ver que, una y otra vez, un hombre vestido con mortaja de seda y luces se burlaba de ella repetidamente ante una multitud que, quizás sin saberlo, invocaba a la Divinidad con sus olés roncos, rezados y rotundos.
¡Es la inspiración! ¡Es la inspiración! Proclamaba Manolo Oyonarte. ¡Es la inspiración!
Manolo Oyonarte es ese pintor cuyas obras se exhiben en las galerías de todo el mundo siendo buscadas por los coleccionistas del orbe entero.
¡Es la inspiración! ¡Es la inspiración! Repetía reiteradamente.
Dice Manolo Oyonarte que “solo cuando no es consciente de lo que ha sucedido en el proceso artístico sabe que la obra es profunda”. Y esto es lo que a todos nos ocurrió allá en los altos del 10 con la faena de David Galván. Ninguno podíamos explicarla. Ninguno podíamos describirla. Quizás ni el propio David Galván nos la podría esclarecer.
Reinhard Stammer dijo después de haber visitado el taller de Manolo Oyonarte que su obra “surge directamente del inconsciente del artista y resuena con el inconsciente colectivo, para apostillar diciendo: cuándo vi sus composiciones sentí que el universo me envolvía con toda su belleza, esplendor y perfección”. Igual que a Reinhard Stammer le sucedió contemplando la obra de Manolo Oyonarte, nos sucedió a todos los que de las cotas más altas del 10 pudimos disfrutar la faena de David Galván.
A David Galván el presidente del festejo únicamente le concedió una oreja. Es absurdo introducir una obra de arte en un baremo de aritméticas cuantificaciones. Pero evidentemente premiar con una sola oreja aquella faena solo se puede deber a la ignorancia, a la falta de sensibilidad, a la tosquedad de ánimo, o a factores de escabrosas e inconfesables motivaciones.
Tiburcio es un viejo gordo, desgarbado y roto que pasa las tardes de toros allí, junto a nosotros, en los altos del 10. Tiburcio veía la conducta del presidente de aquel festejo de otro modo muy diferente. Con voz apagada y cansina nos dijo que la insuficiente valoración de la faena de David Galván, era la demostración más fiable, radical .y firme de que el desarrollo intelectual de las poblaciones de Occidente se está viendo afectado de un gravísimo, acelerado e incesante deterioro. O lo que es lo mismo, que en Occidente se está produciendo........
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