Yo no sabía que era tan malo lavarse- dijo una señora junto a la oreja de su marido con comedimiento.
-Tú que vas a saber mujer…tú que vas a saber- replicó el esposo displicente, mientras con gesto autosuficiente meneaba rítmicamente su lineal bigotillo. Para apostillar tras unos instantes en silencio: Malísimo. ¡Vamos! Horroroso. ¿No lo estás oyendo?
Varios oradores habían participado en el acto. El contenido fundamental de la mayor parte de las intervenciones, había girado en torno a los daños que una excesiva higiene corporal, podía acarrear a la salud de los seres humanos.
Uno aseguró que los tejidos epidérmicos podían sufrir quebrantos irreparables ante una incisiva pulcritud. Otro, que la limpieza excesiva era consecuencia de procesos educativos cimentados en la represión, y ocasionadora de profundos traumas psicológicos inhabilitadores de un adecuado devenir existencial para el sujeto. Todos, en fin, habían tratado de poner a la Ciencia como estricto notario de sus afirmaciones.
El alcalde de la ciudad, que presidía el evento se puso en píe. Sacó unas cuartillas del bolsillo derecho de su chaqueta. Se colgó las patillas de unas brevísimas gafas en sus orejas y, con gesto docto, comenzó a fingir que leía sobre las hojas de papel desdoblado.
ANTECEDENTES DEL DISCURSO DEL SEÑOR ALCALDE
El alcalde de aquella ciudad, había realizado un master en la sede central del partido político al que pertenecía. Los contenidos de aquel master iban dirigidos al logro de unas adecuadas destrezas oratorias. Con no más de quince frases debidamente mezcladas, se podía pronunciar un discurso de hasta treinta minutos de duración sin decir absolutamente nada; sin incorporar contenido alguno a las palabras dichas; sin manifestar un solo mensaje a lo largo del discurso; sin proyectar una sola idea ante el auditorio, sin que pudiera comprometer al político ningún sonido articulado que saliera de su boca, pero quedando muy bien, en cualquier medio, en cualquier lugar; ante cualquier auditorio, en cualquier circunstancia. Cierto es que, a lo largo del discurso, con intervalos de no más de cuarenta y cinco segundos, se debían intercalar alguna de las expresiones siguientes:
1º.- En nuestra constante marcha hacia la igualdad nadie quedará relegado.
2º.- Las libertades que los españoles nos hemos dado.
3º.- El profundísimo respeto a los derechos humanos.
4º.- El rechazo total y absoluto al envilecedor y degradante machismo.
Aunque el señor alcalde era un verdadero lince en el manejo de las tramas políticas y los chanchullos municipales en el seno del Ayuntamiento, era bastante lerdito en lo que a las labores intelectuales respecta, no siendo la lectura, a decir verdad, una de las habilidades en las que hubiera logrado niveles notorios. Esta circunstancia fue superada mediante el eficacísimo asesoramiento de su esposa. Esta le escribió un discurso siguiendo las pautas recibidas por su cónyuge en el master impartido en la sede central del Partido, a fin de que se lo aprendiera de memoria y en toda circunstancia que lo requiriera fuera recitado ante el auditorio. Implicaba esta medida, claro está, que en todo momento que la palabra del edil fuera requerida en forma de discurso, éste acudiera al mismo texto, a idéntico recitativo.
-Si es lo mismo lo que digas. No ves que todo el mundo está a lo que está- Le decía su esposa al edil tranquilizándolo.
-Pero mujer…no te parece que…-susurraba el alcalde, quejoso a su esposa.
-Tú déjate de tantas gaitas y no me vengas con monsergas. Que yo me sé muy bien lo que me digo.
De este modo la señora del alcalde de aquella ciudad, persuadió a........