Pequeñas f(r)icciones: En la plaza con San Martín

Un par de horas de la llegada del 28 de julio, y luego de recibir un mágico soplo de vida, don José de San Martín abrió los ojos y respiró profundamente, casi al mismo tiempo y, cuando la débil luz de la madrugada limeña rebotó en sus pupilas, no solo pudo comprobar, para su desconcierto, que se encontraba sentado sobre un caballo de metal y a varios metros del suelo, sino que la ciudad que se le imponía le era ajena, no se parecía en nada a ninguna de las postales coloniales que poblaban su mente.

Tras un par de minutos de incertidumbre, decidió descender. Al desmontar, trastabilló y si no fuera porque el largo de su saco se enganchó en una de las espuelas, casi vuelve al sueño perpetuo. Luego, tuvo todavía que utilizar la estatua femenina que flanquea el monumento para descolgarse y, trabajosamente, llegar al piso. Un anciano, que por fin acababa de lograr el tan ansiado sueño, despertó al oír el sonido que hicieron las botas al chocar con el suelo.

—Carajo, así uno no puede dormir —se quejó el viejo y luego, reparando bien en San Martín, agregó– ¿Y tú de dónde…?

El anciano enmudeció al notar que, detrás de ese hombre de ropas tan extrañas, el caballo del monumento al libertador carecía de jinete.

—¿Sería posible que…? —luego señalando el monumento— ¿Tú no estabas allá arriba?

—Sí.

Los ojos del anciano empezaron a pestañear con inusitada rapidez. Estiró el brazo y con su dedo apuntó al libertador. Estaba tan nervioso que ni siquiera advirtió que su mano estaba temblando.

—¿Tú eres San Martín?

—Sí —respondió, al tiempo que asintió con la cabeza—. ¿Dónde estoy?

—¿No sabes dónde estás? Estás en Lima.

—¿En Lima?

—Sí, más exactamente en la plaza San Martín.

—¿Esta plaza tiene mi nombre?

—Tu nombre y tu monumento.

—¿Mi monumento?

—Claro, ¿o de........

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