¿Y quién dice que Maduro es un dictador?
Esa absurda pregunta, que más se parecía a una mal disimulada afirmación, me la hizo, justo frente a mis ojos y a mis cubiertos, el dueño de casa, el padre izquierdista de Claudia, en buena cuenta, el hombre que presidía la mesa colmada de humeantes platos criollos y en la que yo me encontraba, todavía, democráticamente cómodo y en calidad de invitado.
Una tarde, varias semanas antes, cuando Claudia me reiteraba que hacía tiempo —casi un par de décadas— ella ya era una persona adulta y que, desde que se había vuelto independiente, su familia no tenía por qué decirle qué hacer ni mucho menos qué no hacer, le dije algo que, lejos de cualquier frase calculada, era, ni más ni menos, la verdad. Le dije que me daba auténtica curiosidad conocer a su familia y que no estaría mal que un día de estos coordináramos una fecha para reunirnos y almorzar todos juntos, o algo así. Sin embargo, nada de ello ocurrió ni un día de estos, ni de los otros, ni de aquellos. Fue tal su falta de respuesta o de comentario sobre mi proposición que, con el tiempo, llegué a pensar que quizá nunca se lo había dicho y que, si lo había hecho, lo más seguro era que había sido en un sueño. También llegué a considerar que por algún motivo —uno nunca sabe— no quería que los conozca, o, peor, que no quería que ellos me conozcan. En todo caso, muchas cosas pasaron por mi mente, hasta el día de la semana pasada en que, sin que viniera a cuento y sin ningún indicio que me hubiera puesto sobre aviso, me informó, con el mismo tufillo autoritario con el que el Congreso vomita sus leyes, que “este viernes” —avisado estoy—, íbamos a........
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