Tráfico de excrecencias

‘Chibolín’ no existe. Es un nombre inventado con doble intención por un guionista argentino para burlarse de los amaneramientos de un joven chalaco que quería ser famoso a toda costa. Eso quería decir que nada estaba vedado en esa escalada. Todo valía.

‘Chibolín’, en ese sentido, se convirtió en una forma de trepar canjeando favores y negociando truculentamente las miserias de personas en capacidad de retribuir una prestación. Dame que te doy.

Resultó conveniente el camuflaje de un humorismo televisivo grotesco, pero aparentemente inofensivo. Bajo la mariconada coreográfica como entretenimiento familiar, discurría un modus operandi sin ascos a la sordidez.

Pero ‘Chibolín’ no sería nada sin algunos inadvertidos aliados instrumentales. Más que aliados, escalones humanos que pisaba en su camino
v ascendente.

Dentro de estos había protagonistas inadvertidos, como las señoras pobres que ya habían olvidado cuántos dientes han perdido, los niños con cáncer que se iluminaban paliativamente con un juguete y señorones en fase prostática que querían conocer a una vedette en persona. Ellos eran el insumo. El producto, según su propia boca, facturaba 12 millones de........

© Perú21