Mi patria por un pasaporte

En mi época, cuando eras joven, soñabas con manejar una bicicleta con cambios. Anhelabas más días feriados para dedicarlos a mirar el techo, el dulce hacer nada con patada en el foco. Fantaseabas en ir al cine con la chica que te gustaba a ver si magnéticamente los dedos se rozaban solos en la oscuridad. Ahora con lo que sueñas si eres joven, y no tanto, es en conseguir un pasaporte extranjero. El salvoconducto mágico para sortear el impredecible futuro peruano.

El que menos ya ha rebuscado en el cajón genealógico familiar algún vestigio foráneo que pudiera facilitar el bálsamo de una nacionalidad alternativa. Ese primo del tío del abuelo que jamás imaginó que años después su nombre fungiría de escape de emergencia andino.

Desde esa condición de foráneo impostado, la meta es vivir bajo el sólido bienestar ajeno – educación, salud, seguridad—, calidad de vida real que aquí se interpreta bajo las formas bastardas del privilegio y la mano de obra barata. Irse no impide seguir comulgando con cebiches y ajíes sagrados mientras se recita el “Contigo Perú” como un padre nuestro. Ese es el exilio documental que protege de nuestra proclividad por el disparate electoral, el cogotero con corbata camuflado de servidor público y la metida de auto como gesto de hostilidad genética local. Básicamente, que no te metan un........

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